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Nuestra Señora de Gietrzwald y el poder de la oración Tenemos en nuestras manos el poder de cambiar muchas cosas, rezando diariamente el rosario. Una aparición de la Santísima Virgen en Polonia nos da un ejemplo de ello. Valdis Grinsteins
Lamentablemente, hoy es muy común encontrar parroquias que no tienen párroco, o varias parroquias cuyo párroco es el mismo. Obviamente eso trae como consecuencia dificultades para que las personas frecuenten los sacramentos, horarios de misa complicados, enfermos sin asistencia religiosa y muchos otros problemas análogos. La tendencia natural de las personas es quejarse, buscar un culpable, pero olvidamos que la solución de ese tipo de problemas pasa muchísimas veces por nuestras propias manos. ¿Cómo? Utilizando el poder de la oración del rosario. Las apariciones de Nuestra Señora de Gietrzwald, en el norte de Polonia, nos dan una prueba concreta de ese poder. Una historia tumultuosa Pocas naciones tienen una historia tan tumultuosa como la de Polonia. De antigua potencia en la región este de Europa y baluarte del catolicismo, pasó en el siglo XVIII por una decadencia moral espantosa, que llegó a extremos, como el caso de obispos inmorales que fueron linchados por el pueblo o que el propio rey condecorase a generales invasores enemigos. No extraña, pues, que el país haya entonces desaparecido, repartido entre sus vecinos. Pero fue justamente el choque y la humillación de aquella división que produjo un sobresalto religioso y un resurgimiento nacional. Dos de los países que dividieron Polonia —la Rusia cismática y la Prusia protestante— ponían toda clase de obstáculos para la renovación moral del país. Entre tales obstáculos estaba el control de las parroquias, motivo por el cual muchas quedaban sin párroco por períodos más o menos prolongados. Incluso habiendo sacerdotes disponibles, estos no podían cumplir sus obligaciones. Parecía una situación sin salida. Justamente en ese momento ocurrieron las apariciones de la Santísima Virgen a dos niñas de 12 y 13 años, entre los días 27 de junio y 16 de setiembre de 1877. La primera de las apariciones ocurrió cuando Justina Szafrynska regresaba con su madre de rendir un examen, para evaluar si estaba preparada para la primera comunión. Pasaban al lado de un árbol que había frente a la iglesia, cuando la niña vio a María Purísima. Sorprendida, pero tímida, decidió volver al día siguiente al lugar, con su amiga Bárbara Samulowska, de 12 años. Tan pronto como comenzaron a rezar el rosario, vieron a una “brillante Señora” sentada en un trono, con el Niño Jesús en sus brazos y rodeada de ángeles. Las niñas le preguntaron quién era, y Ella les respondió: — “Soy la Virgen María de la Inmaculada Concepción”. — “¿Y qué desea la Madre de Dios?” — “Deseo que recen el rosario todos los días”. En una de las apariciones siguientes, entre preguntas sobre si estas o aquellas personas se habían salvado, preguntaron si la Iglesia en Polonia volvería a ser libre, y si las parroquias de la región recibirían párrocos en breve. La respuesta de la Santísima Virgen fue muy clara: — “Sí. Si las personas rezan con fervor, la Iglesia no será oprimida y las parroquias abandonadas recibirán sacerdotes en breve”.
Esta respuesta de la Virgen se difundió por el lugar y la gente comenzó a rezar el rosario, no sólo individualmente, sino de modo especial en familia y en público. E igualmente comenzaron las peregrinaciones. Claro está que las autoridades anticatólicas de la zona hicieron de todo para evitar la renovación religiosa. Declararon que todo era un fraude, una manifestación de nacionalismo, un peligro público para el Estado y un obstáculo para el “progreso”. Los sacerdotes que defendieron o apoyaron a las videntes fueron encarcelados y multados por “esparcir falsedades”. Uno de los que más se distinguió en difundir las apariciones fue el capuchino Honorato Kozminski (1829-1916), beatificado el año 1988. Pero las persecuciones no consiguieron evitar que las personas continuaran rezando el rosario. Al contrario, fortalecieron a los fieles en su determinación. El obispo local procedió conforme a las sapienciales normas de la Iglesia en estos casos. Envió delegados para investigar discretamente lo que pasaba y verificar la conducta de las videntes. Enterado del aumento de la recitación pública del rosario, el prelado ordenó a los religiosos del lugar que rezaran también con el pueblo, dando él mismo el buen ejemplo. Sus delegados confirmaron que las niñas videntes se comportaban normalmente, y que nada en ellas indicaba el deseo de ganar notoriedad o aprovechar de otro modo los acontecimientos. Cinco años después, gracias a la perseverancia en el rezo diario del rosario, la situación era completamente diferente. Las parroquias tenían sacerdotes, la frecuencia a los sacramentos se multiplicaba, aumentaron las vocaciones en los monasterios de la región y hubo notorias gracias de conversión de pecadores. La oración del rosario en familia se hizo común y permanece hasta hoy. Los propios perseguidores de la Iglesia consideraron mejor no levantar el caso, para evitar problemas mayores. Aunque los resultados favorables del proceso diocesano fueron publicados al año siguiente y en 1970 la iglesia de Gietrzwald fue elevada a la dignidad de Basílica Menor, fue recién el 11 de setiembre de 1977, en medio de las ceremonias conmemorativas del primer centenario de las apariciones, que estas fueron aprobadas oficialmente por el obispo de Warmia.
Hoy podemos hacer lo mismo En mis numerosos viajes por América del Sur, tantas y tantas veces quedé chocado por la falta de clero y de sacramentos hasta en ciudades importantes, especialmente en el mes de enero, durante las “vacaciones” religiosas. Ciertamente que la tremenda crisis por la cual atraviesa la Santa Iglesia tiene parte en ello. Sin embargo, ¿no podemos nosotros hacer algo para solucionar el problema? ¿No podemos organizar también el rezo del rosario? La doctrina católica no cambia y la Santísima Virgen, como buena madre, siempre nos quiere ayudar. Por lo tanto, aquello que ayudó a otros en el pasado puede auxiliarnos hoy también. Al final, Dios es el Señor de la historia, y Él es quien mueve los corazones de los hombres. Ante la premura de un sacerdote fervoroso para una ciudad, parroquia o institución, vence quien consigue mover al Sagrado Corazón a concedernos lo que pedimos. Lo que para nosotros puede parecer imposible, para Él no lo es. Nada es imposible para Dios. Y mover al Sagrado Corazón está a nuestro alcance, por medio de la Virgen Santísima. Basta rezar con fervor, conforme la Virgen lo recomendó a las niñas en Gietrzwald. ♦
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