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«Tesoros de la Fe» Nº 188

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Pedro, cabeza de la Iglesia

San Juan Bosco

Muchas veces, manifestó Jesús que elegía a Pedro como cabeza de su Iglesia y, cuando le anunció su caída, añadió luego:

—“He pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos”.

Con estas palabras, el Salvador aseguró a Pedro que su doctrina nunca podría venir a menos, es decir, que su enseñanza sería infalible, y que a él y a sus sucesores les estaba cometido confirmar a los otros apóstoles y a sus sucesores en la fe.

Esta suprema autoridad la confirmó el Salvador, después de la mencionada pesca milagrosa. Jesús dijo tres veces a Pedro: —“Simón, ¿me amas?”, y Pedro, otras tantas veces y siempre con más fuerza, contestó: —“Tú sabes que te amo”. Jesús añadió: —“Si me amas apacienta mis ovejas, apacienta mis corderos”.

Este alimento simboliza la palabra de Dios; los corderos son los fieles que deben ser alimentados con todo lo que concierne a la fe, a las buenas costumbres y al bien espiritual de los cristianos.

Misión de los Apóstoles

Encargo de Cristo a Pedro, Peter Paul Rubens, c. 1616 – Óleo sobre roble, The Wallace Collection, Londres

Al acercarse el tiempo en que el divino Salvador tenía que subir al cielo y entrar en su gloria, se daba prisa por interpretar las Sagradas Escrituras a los apóstoles y confirmarlos en la fe. Entre otras cosas les dijo:

—“Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”.

Lo mismo les dijo otra vez cuando les encargó que fueran a predicar el Evangelio a todas las gentes, anunciándoles la penitencia y la remisión de los pecados; luego añadió:

—“El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado. Os enviaré el Espíritu Paráclito que os he prometido; permaneced vosotros mientras tanto en Jerusalén hasta que hayáis recibido sus celestiales dones”.

Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo

Dicho esto, llevados a la cima del monte de los Olivos y, una vez allí, extendió las manos, los bendijo y mientras los bendecía se levantó en el aire, hasta que una nube luminosa lo rodeó y lo escondió a sus miradas. Aún estaban mirando a lo alto, cuando se les aparecieron dos ángeles, y les dijeron:

—“Varones de Galilea, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús que ahora habéis visto subir, volverá un día sobre las nubes lleno de Majestad”. Con estas palabras, aludía a la segunda venida de Cristo, el día del juicio universal.

Así subió al cielo Jesucristo.

Los Apóstoles en el Cenáculo

Apenas nuestro divino Salvador subió a los cielos, los apóstoles volvieron a Jerusalén desde el monte de los Olivos y se retiraron en el Cenáculo, que era una gran sala donde solían reunirse para hacer oración. Allí, estaban con María Santísima y otros ciento veinte discípulos perseverando en la oración y esperando la venida del Espíritu Santo, que Jesús les había prometido.



  




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Tesoros de la Fe


Nº 257 / Mayo de 2023

París, Mayo de 1968
La Revolución de la Sorbona

Barrio Latino de París, en la mañana del 11 de mayo de 1968, después de los violentos disturbios de la víspera



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Santoral

31 de mayo

Visitación de Nuestra Señora

+ . Anteriormente Fiesta de Nuestra Señora Reina. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor...(Lucas 1:39-46) La celebración de la fiesta es iniciativa de San Buenaventura, franciscano, en 1263. El Papa Urbano VI (reinó de 1378-1389), la extendió a toda la Iglesia, pidiendo el fin del cisma que sufría la Iglesia.

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