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«Tesoros de la Fe» Nº 28 > Tema “Doctores de la Iglesia”

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San Anselmo de Canterbury

Luminaria de la Iglesia en el siglo XI


Obispo, Confesor y Doctor de la Iglesia, considerado el primer teólogo-filósofo, muchos de sus conceptos y escritos pasaron a hacer parte de la enseñanza común de la Iglesia. Arzobispo de Canterbury, luchó denodadamente por los derechos de su Sede contra la prepotencia de los reyes ingleses.


Plinio María Solimeo


Anselmo nació en Aosta, Italia, hijo del noble Gondulfo y de la piadosa Ermenberga, verdadera matrona cristiana. Formado en la escuela materna, se entregó temprano a la virtud y, según su primer biógrafo, era querido por todos, alcanzando un gran éxito en los estudios. Buenos tiempos aquéllos, en que las personas virtuosas eran amadas y no perseguidas. A los 15 años ya se preocupaba de altas cuestiones metafísicas y teológicas, y quiso entrar en un monasterio. Pero los monjes le negaron la entrada por miedo de incomodar a su padre.

No pudiendo ingresar en la vida religiosa, Anselmo se entregó gradualmente a los placeres mundanos mas sin llegar a excesos, por amor a su madre, a quien no quería desagradar. Pero aquella ancla, que apenas evitaba que se ahogase en el mar del mundo, le faltó cuando Anselmo tenía 20 años. Con el fallecimiento de su progenitora, su padre se volvió malhumorado y violento, maltratando frecuentemente al hijo. Anselmo resolvió entonces huir de casa acompañado de un siervo. Vagó por Italia y por Francia, conoció el hambre y la fatiga, hasta que llegó al monasterio de Bec, en Francia, donde quedaba la escuela más afamada del siglo XI, dirigida por su famoso coterráneo, Lanfranco.

El discípulo sucede al maestro

Anselmo se hizo discípulo y amigo de Lanfranco, y se entregó entonces vorazmente al estudio, olvidándose a veces hasta de la alimentación y recreación. “Sus progresos eran tan admirables como su amabilidad, y pronto fue tenido como un prodigio de saber y sus condiscípulos creían que hacía milagros por su piedad y virtud”.1

A pesar de todos sus éxitos, Anselmo tenía una gran perplejidad, como él mismo narrará más tarde: “Estoy resuelto a hacerme monje; pero, ¿dónde? Si voy a Cluny, todo el tiempo que dediqué a las letras habrá sido perdido para mí; y lo mismo si permanezco en Bec. La severidad de la disciplina en Cluny y la ciencia de Lanfranco en Bec, hicieron inútiles todos mis estudios. Así pensaba, en mi orgullo. Pero, en medio de esta lucha, sentí la ayuda divina: ¡Qué es esto! ¿Es propio de un monje buscar las honras, las alabanzas, la celebridad? Claro que no. Pues bien, me haré monje donde pueda pisotear mis ambiciones, donde sea estimado menos que los demás, donde sea pisoteado por todos”.2

Y resolvió permanecer en Bec, donde fue ordenado sacerdote en 1060. Pero mientras él huía de las honras, éstas lo perseguían. En 1066 fue elegido Abad de Bec. Y su primer biógrafo, Eadmer, cuenta la pintoresca y conmovedora escena que ocurrió en esa ocasión, típica de la Edad Media: el recién electo abad se prosterna delante de sus hermanos, pidiéndoles con lágrimas que no le impusiesen aquel fardo, mientras que los hermanos, también prosternados, insisten con él para que acepte el oficio.3 Bajo su dirección, Bec alcanzó su mayor celebridad, siendo para Normandía e Inglaterra lo que Cluny era para Borgoña, Francia e Italia.4

En Bec, “escribió varios de sus libros, que abren un nuevo camino para el estudio de la teología y se distinguen por la profundidad de pensamiento, delicadeza de investigación, osado vuelo metafísico que, no obstante, nunca se separa del terreno de la fe tradicional”.5

Guillermo, el Conquistador, mantuvo una relación armoniosa con San Anselmo

Combates en defensa de la Fe

En el siglo XI, la importancia de un abad era enorme, pues estaba relacionada a todo el movimiento religioso y político del país. Así, Anselmo tuvo que viajar varias veces a Inglaterra, por intereses de su convento. Allá encontró nuevamente a Lanfranco, entonces Arzobispo de Canterbury, volviéndose también muy estimado en la corte. “Guillermo, el Conquistador, él mismo tan temible e inaccesible para los ingleses, se humanizaba con el Abad de Bec y parecía otra persona en su presencia”.6

El amable abad era una figura imponente y majestuosa, pero siempre serena. La calma era uno de sus trazos característicos. Era también un gran luchador: “Mientras lucha con los señores de la región en defensa de su monasterio, defiende la pureza de la Fe contra Berengario, discute con los herejes y confunde al racionalista Roscelino”.7

En 1087, Guillermo II, el Pelirrojo, sucedió a su padre en el trono de Inglaterra. Príncipe “que temía a Dios muy poco y nada a los hombres”, se volvería una espina en la vida de Anselmo. Se apoderaba de las rentas de las sedes vacantes y, para gozar más tiempo esos privilegios, no quería nombrar nuevos obispos a fin de suplirlas.

Entonces, Anselmo, que ya había sucedido a Lanfranco como Abad de Bec, fue escogido por el pueblo para sucederlo también en la sede de Canterbury, a su muerte. De ello no querían saber ni el abad, por humildad, ni el rey, por prepotencia, pues decía: “El Arzobispo de Canterbury soy yo!”

Arzobispo de Canterbury contra su voluntad

La Providencia vino a resolver el caso. Atacado por una extraña enfermedad, el rey se vio reducido a una situación extrema, y temió por su alma. Los prelados y barones entonces lo presionaron para que no dejase por más tiempo vacante la sede de Canterbury; y él, accediendo a los deseos del clero y del pueblo, nombró a Anselmo.

Como éste continuaba rehusando el cargo, sucedió entonces otra escena que sólo podía acaecer en aquellos tiempos:Anselmo “fue arrastrado a la fuerza hasta el lado del lecho del Rey, le fue metido un báculo en su mano cerrada, y fue cantado el Te Deum”.8 Contra su voluntad, Anselmo se tornó Arzobispo de Canterbury.

Sin embargo, el arrepentimiento del rey se fue con la enfermedad. Apenas restablecido, intentó doblegar al Arzobispo, que se opuso a la cesión de las tierras de la arquidiócesis en favor de los preferidos del rey. Comenzó una verdadera batalla entre el altar y el trono, y Anselmo prefirió exiliarse en el continente a ceder en los principios. Esa tendencia absolutista de los soberanos ingleses se manifestará en el siglo siguiente con el martirio de Santo Tomás Becket, y, en el siglo XVI con el cisma de Enrique VIII.

Luminaria del Concilio de Bari

En Roma, Anselmo fue recibido por el bienaventurado Urbano II, que lo convenció de volver a su diócesis. Pero antes de hacerlo participó del Concilio de Bari, en 1098, del cual fue una de sus luminarias, deshaciendo el sofisma de los griegos, que negaban que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Para ello pronunció un bello discurso, que después se convirtió en tratado, titulado De la procedencia del Espíritu Santo. En Italia escribió otro tratado, Cur Deus Homo, y regresó a Inglaterra en 1100, a pedido de Enrique, que sucedió en el trono a su padre, Guillermo II, muerto impenitente durante una cacería.

Para practicar mejor la obediencia, Anselmo había pedido al Papa que le diese alguien a quien él pudiese someterse en todas las acciones, como un monje a su superior. El Papa designó para ese oficio al monje Eadmer, que se hizo amigo íntimo, discípulo y biógrafo.

Enrique II obligó al santo a permanecer tres años en el destierro, debido a una ingerencia injusta de ese monarca en el ámbito eclesiástico

Destierro del Santo Arzobispo

Enrique II, queriendo asegurarse el trono en detrimento de su hermano mayor, Roberto, que regresaba de la Cruzada en Tierra Santa, restituyó a la Iglesia todos sus antiguos derechos y prometió no vender las prebendas vacantes ni arrendarlas o retenerlas a beneficio del Estado. Por una serie de medidas análogas en el campo civil, obtuvo la simpatía del clero y pueblo a su favor.

Cuando Roberto llegó al frente de un ejército, para reivindicar sus derechos, el Arzobispo Anselmo obtuvo que los ingleses permaneciesen fieles a Enrique II, y que ambos llegasen a un acuerdo por el cual Roberto se quedaría con Normandía y pasaría a recibir una renta anual de tres mil marcos. Para mostrar que el hijo no era mejor que el padre, en la primera oportunidad Enrique atacó a Roberto de sorpresa, lo derrotó, e hizo prisionero hasta el fin de su vida.

También el acuerdo entre Enrique II y Anselmo pronto se rompió, debido a la continua disputa sobre las investiduras (derechos que los reyes se atribuían en el campo eclesiástico). El Arzobispo se mantenía firme, escudado por los decretos de Bari y Roma, y el rey alegaba lo que consideraba prerrogativas de la Corona.

Para resolver la cuestión, San Anselmo resolvió ir una vez más a Roma. Pero al volver fue impedido de entrar al país, y tuvo que permanecer tres años en el destierro, en el continente. Bajo pena de excomunión lanzada por el Papa, Enrique II finalmente llegó a un acuerdo con el Arzobispo, que pudo volver así a su Sede.

Hombre de gobierno, de letras, santo

Nave Central de la Catedral de Canterbury

Los últimos años de la vida de Anselmo transcurrieron en actividades para la reforma de su diócesis y en trabajos literarios.

“La virtud había hecho de él el tipo de hombre de gobierno, si bien que la posteridad lo haya recordado sobre todo como hombre de letras, poeta, filósofo, polemista y escriturista. En sus cantos a María, la facilidad y el sentimiento no ceden en nada al frescor y sinceridad de la inspiración”.9

Seis meses antes de su muerte, San Anselmo fue asaltado por una extrema debilidad, que no le permitía siquiera celebrar el Santo Sacrificio. Se hacía transportar diariamente a la capilla para asistir a Misa.

En la víspera de su muerte, este hombre fecundo, lamentaba no haber tenido tiempo para escribir un tratado sobre el origen del alma, tema sobre el cual había meditado constantemente.

Por fin, cargado de años y de virtud, murió el 21 de abril de 1109, siendo canonizado por Alejandro III.     


Notas.-

1. J. B. Weiss, Historia Universal, Tipografía La Educación, Barcelona, 1928, t. V, p. 388.
2. Fray Justo Pérez de Urbel  O.S.B., Año Cristiano, Ediciones Fax, Madrid, 1945, vol. II, p. 176.
3. W. H. Kent, The Catholic Encyclopedia, vol. I, 1907, Robert Appleton Company, Online Edition by Kevin Knight, 2002.
4. J. B. Weiss, op. cit.
5. J. B. Weiss, id., ib.
6. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, d’après le Père Giry, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, t. IV, p. 568.
7. F. Pérez de Urbel, op. cit., p. 177.
8. W. H. Kent, The Catholic Encyclopedia, Online Edition.
9. F. Pérez de Urbel, op. cit., p. 179.





  




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