La Palabra del Sacerdote ¿Los santos en el cielo son omniscientes, omnipresentes y omnipotentes?

PREGUNTA

Es para mí un placer dirigirme a usted. Soy profesor, con estudios superiores, y estoy participando de un estudio bíblico con personas de diferentes religiones. Soy católico. Las polémicas afloran. Surgió el asunto de la veneración a los santos y a la Virgen María.

Me desafiaron a que demuestre cómo ellos, ya muertos, pueden ser omniscientes, omnipresentes y omnipotentes, intercediendo al mismo tiempo por fieles del mundo entero. Vi una explicación en una página de internet, pero yo mismo no quedé convencido de ella.

¿Podría Ud. demostrar esta cuestión de modo convincente y claro? ¿Por qué le pedimos a los santos y a la Virgen, si Dios es quien se lo trasmite a ellos, para que después rueguen a Dios por nosotros? ¿No es extraño?


RESPUESTA

Si personas de otras “religiones” participan del “estudio bíblico”, no es difícil identificar la objeción como de origen protestante, pues son ellos los que se empeñan en combatir la intercesión de los santos, y en particular de la Santísima Virgen. Pero dejando de lado el origen de la objeción —pues no nos interesa polemizar aquí con protestantes—, hace mucho tiempo que la teología católica se planteó el problema, y nos ofrece una solución.

Dos situaciones absolutamente diferentes

Para entenderla, hay que comenzar por considerar que la situación de los hombres en esta tierra es absolutamente distinta de la situación de las almas después de la muerte. Pues la vida en esta tierra está obviamente condicionada por las variables espacio/tiempo, sensibles, mientras que las almas después de la muerte se sitúan en la eternidad. Ahora bien, escapa totalmente a la comprensión humana la correlación entre situaciones tan diferentes: tiempo/eternidad.

Al hablar de eternidad, no podemos concebirla como un fluir continuo de instantes, que no tienen fin. Así, cuando en las clases de Catecismo se busca inculcar en los niños la noción de eternidad, a veces se recurre a la idea de un pajarito que, con el pico, sacara de una montaña un granito de tierra cada cien años. Cuando tal proceso de demolición se hubiese concluido, la eternidad estaría apenas comenzando.

La comparación es didáctica para introducir a los niños, e incluso a los adultos, en la noción de eternidad, pero de hecho estamos jugando con comparaciones que, si son analizadas del punto de vista filosófico y teológico, son inadecuadas. Pues la eternidad es un continuo presente y no un suceder de instantes. Como fue dicho, y conviene repetirlo, se trata de una noción que excede totalmente nuestra comprensión, mientras vivamos en este mundo terreno.

Por aquí ya se ve el extremo cuidado con el que es necesario tratar la cuestión de las relaciones de los hombres en esta tierra con las almas que están en el Cielo in conspectu Altissimi.

Dios es visto “totus sed non totaliter”

Dicen los teólogos que Dios es visto por los bienaventurados en el Cielo totus sed non totaliter (todo pero no totalmente). Sólo Dios puede conocerse enteramente a sí mismo. Los santos en la patria celestial ven a Dios todo, pero no lo abarcan en su conocimiento.

Jesucristo glorificado por los santos en el Cielo (detalle), Fray Angélico, siglo XV

Por la fe, que es una semilla de la visión beatífica, ya en esta tierra tenemos un conocimiento por así decir nocturno de Dios. Lo que sabemos de Él por la Revelación, es decir, lo que Dios reveló de sí mismo en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, por su Divino Hijo Nuestro Señor Jesucristo, nos da apenas algunos elementos de aquel Ser esplendoroso en grado infinito, que Él efectivamente es. Por eso, lo que nos falta conocer de Dios es infinitamente más.

Pero podemos tener también un conocimiento natural de Él, por la luz de la razón. Conocimiento inferior, muy imperfecto, pero auténtico. Siendo Dios un ser infinito en todos sus atributos, la mente humana no puede obviamente abarcarlo, y lo que de Él podemos deducir por la luz de nuestra razón es un balbuceo —infinitamente menos de lo que Él es en realidad.

Puestas las cosas en estas dimensiones —lo infinito de Dios con relación a lo finito del hombre— podemos abordar, con las limitaciones de ahí derivadas, la cuestión propuesta por el consultante.

Omnisciente, omnipresente y omnipotente, sólo Dios

Los santos no necesitan ser omniscientes, omnipresentes y omnipotentes para atender nuestras oraciones. Pues ellos viven (actualmente, apenas con sus almas, una vez que la resurrección de los cuerpos solamente se dará cuando venga el fin del mundo, excepción hecha de Nuestro Señor y Nuestra Señora) en la presencia de Dios altísimo, y en Él ven todas las cosas que Dios quiere que ellos vean. Para ello, sus almas fueron dotadas, por el poder de Dios, de una potencia superior, llamada visión beatífica, que las almas humanas aquí en la tierra no disfrutan. Y, en la luz de la visión beatífica, toman conocimiento de todas las oraciones que los hombres hacen en la tierra, pidiendo su intercesión junto a Dios.

¿Cómo esto es posible, una vez que probablemente varias personas estarán recurriendo a su intercesión, al mismo tiempo y en las más diversas partes del mundo? Aquí entra la incapacidad de la comprensión humana para entender la correlación tiempo/eternidad, de que hablamos al inicio. En otras palabras, en la actual condición aquí en la tierra para nosotros es un misterio que escapa a nuestra comprensión. Solamente en el Cielo entenderemos cómo eso sucede, si nos salvamos, cuando nosotros también alcancemos por la gracia de Dios la visión beatífica. Y así mismo la visión beatífica, aunque incluya la capacidad de ver a Dios cara a cara, como nos enseña la teología católica, no significa que nuestra inteligencia conseguirá abarcar todo el misterio de la divinidad. ¡Así pues, en el Cielo nunca estaremos aburridos: por un lado siempre descubriremos cosas nuevas en Dios y, por otro lado, cualquier aspecto de Dios que contemplemos será suficiente para extasiarnos por toda la eternidad...!

Por eso decía San Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor. 2, 9).

Nada de extraño en la impetración a los santos

Una devota en recogimiento reza a sus santos protectores, en el santuario de la Virgen de Cayma, en Arequipa

Volviendo a la objeción propuesta a nuestro consultante, durante el tal “estudio bíblico”, nada hay de extraño en que Dios quiera asociar las gracias que concede a los hombres a la intercesión de los santos a nuestro favor. Pues, al crear al hombre, Dios lo constituyó desde el principio como su instrumento para la edificación y gobierno del mundo, para la transmisión de la vida, y sobre todo, por Cristo y en Nuestro Señor Jesucristo, para la transmisión y comunicación de la fe a los demás hombres, por cuya salvación cooperamos. “Dei enim sumus adjutores”“porque nosotros somos unos coadjutores de Dios”, decía San Pablo (1 Cor. 3, 9). Y en el Cielo no cesa tal colaboración, por el contrario aumenta, pues ahí los santos desempeñan una función aún más elevada, que es la de ayudar a los que están en esta tierra a encaminarse hacia el Cielo, con su poder de intercesión junto a Dios.

La idea de que nuestras oraciones llegan directamente a Dios, que después las “transmite” a los santos, para que éstos la presenten nuevamente ante el trono del Altísimo, es una manera imprecisa de referirse a la visión beatífica, por medio de la cual los santos ven directamente en Dios las súplicas que los hombres en esta tierra les dirigen. Formulada en términos más precisos, como lo intentamos hacer, nada hay de extraño en ese conocimiento que los santos tienen, por la visión beatífica, de nuestras oraciones a ellos dirigidas.

Por otro lado es patente, en la objeción, la antipatía del espíritu racionalista protestante hacia todo lo que signifique valorizar la colaboración del hombre en la salvación eterna de sus hermanos. Para los católicos, el hecho que Jesucristo sea señalado en la Escritura como único Mediador entre Dios y los hombres (cf. 1 Tim. 2, 5) no significa que Él no pueda asociar a otras criaturas —ángeles y santos, y especialmente a la Santísima Virgen— en esa Mediación.

No olvidemos que los santos son amigos de Dios, según la palabra de Nuestro Señor Jesucristo: “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos” (Jn. 15, 15). ¿Qué hay de más natural que un amigo quiera prestigiar a su amigo, asociándolo a sus principales obras?

¿Y quién, entre los amigos de Cristo, fue mayor y más amado por Él que su Madre Santísima? Por eso Él la constituyó Medianera universal de todas las gracias. Tesis que horripila a los protestantes, pero a nosotros los católicos nos llena de gozo y es una verdad de Fe.

Espero que estas consideraciones ayuden al estimado consultante a enfocar adecuadamente la cuestión que le fue propuesta, y para la cual pidió nuestro auxilio, de modo a enfrentar victoriosamente a sus opositores.     



Santa Gema Galgani Y Jesús miró a San Pedro...
Y Jesús miró a San Pedro...
Santa Gema Galgani



Tesoros de la Fe N°64 abril 2007


Y Jesús miró a San Pedro…
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