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«Tesoros de la Fe» Nº 74 > Tema “Las más célebres apariciones de la Madre de Dios”

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En Lourdes, Nuestra Señora coliga a sus hijos para la victoria final


En 1858 comenzó en Lourdes un régimen torrencial de gracias
y milagros, uniendo a los católicos fieles alrededor de
la Santísima Virgen rumbo a su triunfo final

Luis Dufaur



El último 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada Concepción, más de 150 mil fieles afluyeron a Lourdes para la apertura del Jubileo por el 150º aniversario de las apariciones. En tranquilas colas, bajo el frío y la lluvia, los peregrinos tocaban las paredes de granito de uno a otro extremo de la gruta, como que deseando palpar el imponderable sobrenatural que de ella emana. La áspera superficie de piedra quedó con el tiempo suave y pulida hasta donde alcanzan las manos. Esta pared alisada y brillante es el más expresivo libro de visitas firmado por los millones —¿decenas de millones?, tal vez ¡más de un centenar de millones!— de fieles que por allí desfilaron.

En Lourdes, la confianza calma y ardiente, la paz jerárquica y acogedora, la certeza de la fe en la intervención celestial en lo cotidiano de los hombres, se respiran en el aire. ¡Cuántos, en el intenso frío, se aproximaban a la gruta arrastrando sus enfermedades de cuerpo y de alma! ¡Cuántos regresaban sin recibir una curación milagrosa, pero llevando en el fondo del corazón algo que tal vez vale más que cualquier milagro material! Porque Lourdes conquista y alivia los corazones, dejando en ellos una marca y un recuerdo indelebles.

Quien peregrinó a Lourdes lleva grabada en el corazón como que una reproducción de la gruta de Massabielle. Hacia ella se volverá con nostalgia y confianza en las horas más difíciles, con la certeza de ser atendido. Y basta rememorar aquel recuerdo para que renazca en sí el deseo, casi diría irrefrenable, de volver algún día a la gruta de la Virgen.

¿Qué es lo que pretende Nuestra Señora actuando así en lo más hondo de las almas?

El inicio del Jubileo de Lourdes nos trajo una luminosa respuesta a esta interrogación.

Sobre Lourdes, las palabras del Legado Pontificio

Al abrir el año jubilar de Lourdes, el cardenal Ivan Dias, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, Legado Papal, pronunció una alocución que merece una puntual meditación. El dignatario comenzó calificando las apariciones a Santa Bernadette Soubirous como “auténticas irrupciones marianas en la historia del mundo”.1 No se trata, por lo tanto, de apariciones cerradas en sí mismas, sino, por el contrario, se encajan “en la lucha permanente y feroz entre las fuerzas del bien y las fuerzas del mal, desde el inicio de la historia humana en el Jardín del Paraíso, y que continuará hasta el fin de los tiempos”. En esta inmensa lucha histórica, las apariciones de Lourdes “marcan la entrada decisiva de la Virgen en el centro de las hostilidades entre Ella y el diablo, como está descrito en la Biblia, en los libros del Génesis y del Apocalipsis”, añadió.

El representante del Papa se refería a la realidad fundamental que marca la existencia de la humanidad en este valle de lágrimas. O sea, a la lucha entre la Santísima Virgen y sus hijos, de un lado, contra el demonio —la serpiente infernal— y sus seguidores, de otro lado, y que el Génesis registra así: “Dijo entonces el Señor Dios a la serpiente: [...] Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, y entre tu raza y la descendencia suya; Ella quebrantará tu cabeza, y tú andarás acechando a su calcañar” (Gén. 3, 14-15).

Esta enemistad original está hoy lejos de haber amainado, explicó el cardenal. Al contrario, “es aún más encarnizada que en tiempos de Bernadette”. Es una auténtica “batalla”, continuó, que “causa innumerables víctimas en nuestras familias y entre nuestros jóvenes”. A consecuencia de esta guerra movida por el demonio y sus secuaces, el mundo “está siendo tragado espantosamente en la vorágine de un laicismo que quiere crear un mundo sin Dios”. En nuestra época —añadió, reproduciendo las palabras del entonces cardenal Wojtyla— está en curso “el mayor combate que la humanidad jamás haya visto”, es decir, la “lucha final entre la Iglesia y la anti-Iglesia, entre el Evangelio y el anti-Evangelio”.

Representación de una de las primeras apariciones

Las palabras del eminente purpurado nos traen naturalmente a la mente la enseñanza fundamental del preclaro Prof. Plinio Corrêa de Oliveira sobre esta inmensa guerra que desde la decadencia de la Edad Media está siendo conducida por la Revolución gnóstica e igualitaria contra la Iglesia y la Civilización Cristiana. Una guerra que pretende imponer a los hombres un mundo anárquico radicalmente anticristiano, caracterizado por la igualdad absoluta y la libertad también absoluta con relación a toda ley, natural o divina. Frente a esta rebelión animada por el espíritu de Lucifer se yergue la Contra-Revolución, que así define lapidariamente: “Si la Revolución es el desorden, la Contra-Revolución es la restauración del Orden. Y por Orden entendemos la paz de Cristo en el reino de Cristo. O sea la civilización cristiana, austera y jerárquica, fundamentalmente sacral, antiigualitaria y antiliberal”.2

Coligación de los hijos de la luz, fieles a Nuestra Señora

Las apariciones de Lourdes forman un capítulo decisivo en la intervención maternal de la Santísima Virgen para quebrar el curso devastador de la Revolución. A esto se refirió el cardenal Ivan Dias al decir que “la Virgen está tejiendo una red de sus hijos e hijas espirituales para lanzar una fuerte ofensiva contra las fuerzas del maligno y para encarcelarlo y así preparar la victoria final de su Divino Hijo Jesucristo”. Y añadió que los católicos sensibles al llamado de Lourdes están convocados a congregarse en esta lucha contra el mal, “dando señales de su participación en esta ofensiva”. Por lo tanto —séanos permitido añadir—, a unirse a la Contra-Revolución en el combate a la Revolución gnóstica e igualitaria.

¿Cuáles son esas “señales de participación en esta ofensiva”? El cardenal Dias colocó en primer lugar “la conversión del corazón”, es decir, la conversión que la Santísima Virgen pidió, en términos cada vez más apremiantes en la rue du Bac, en La Salette, en Lourdes y en Fátima. El prelado agregó la recitación cotidiana del rosario, la devoción al Santísimo Sacramento y la aceptación y ofrecimiento de los propios sufrimientos por la salvación del mundo.

Éstos son, pues, nuestros estandartes: una conversión sincera y profunda, con el cambio de vida que ella comporta, y estas santas devociones orientadas monárquicamente hacia Nuestro Señor Jesucristo, por la intercesión omnipotente de María Santísima.



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