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«Tesoros de la Fe» Nº 80 > Tema “La Familia”

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¿Qué sucede cuando se viola la ley de Dios en la familia?


En números anteriores hemos ofrecido importantes textos mostrando cuáles son las obligaciones y derechos existentes en la «célula mater» de la sociedad: de los esposos entre sí, de los padres hacia los hijos y viceversa. En la presente edición, reproducimos algunos documentos pontificios que muestran los graves trastornos que afectan terriblemente a toda la sociedad, cuando no se cumplen los preceptos divinos en la institución familiar.


Al analizar las causas profundas de la Primera Guerra Mundial, en la encíclica Ubi Arcano, del 23 de diciembre de 1922, Pío XI señala:

Escena de la Primera Guerra Mundial

“Es también ya cosa decidida que ni Dios ni Jesucristo han de presidir el origen de la familia, reducido a mero contrato civil el matrimonio, que Jesucristo había hecho un sacramento grande (Ef.5, 32), y había querido que fuese una figura, santa y santificante, del vínculo indisoluble con que Él se halla unido a su Iglesia. Y debido a esto hemos visto frecuentemente cómo en el pueblo se hallan oscurecidas las ideas y amortiguados los sentimientos religiosos con que la Iglesia había rodeado ese germen de la sociedad que se llama familia: vemos perturbados el orden doméstico y la paz doméstica; cada día más insegura la unión y estabilidad de la familia; con tanta frecuencia profanada la santidad conyugal por el ardor de sórdidas pasiones y por el ansia mortífera de las más viles utilidades, hasta quedar inficionadas las fuentes mismas de la vida, tanto de las familias como de los pueblos. [...]

Desatendidos, pues, los preceptos de la sabiduría cristiana, no nos debe admirar que las semillas de discordias sembradas por doquiera en terreno bien dispuesto viniesen por fin a producir aquella tan desastrosa guerra, que lejos de apagar con el cansancio los odios entre las diversas clases sociales, los encendió mucho más con la violencia y la sangre”.

Todo atentado contra la familia es un atentado contra el propio género humano

De la alocución de Pío XII, del 20 de octubre de 1949, a los delegados de la Unión Internacional de Organismos Familiares:

“La dignidad, los derechos y los deberes de la familia, establecida por Dios como célula básica de la sociedad, son por este hecho tan antiguos como la humanidad. [...] Ahora bien, precisamente porque la familia es el gran elemento orgánico de la sociedad, todo atentado perpetrado contra ella es un atentado contra la humanidad. Dios puso en el corazón del hombre y de la mujer, como un instinto innato, el amor conyugal, el amor paterno y materno, el amor filial. Por eso, pretender arrancar, paralizar este triple amor, es una profanación que causa horror en sí misma, y que lleva fatalmente a la ruina a la patria y a la humanidad. [...]

La indisciplina de las costumbres erigida en libertad indiscutible: causa de la disgregación familiar

Continúa Pío XII: “Lo que importa ante todo, es que la familia, su naturaleza, su finalidad, su vida, sean encaradas bajo el aspecto verdadero que es el de Dios, de su ley religiosa y moral.

¿No es realmente un dolor de alma ver las soluciones de los problemas más delicados a que desciende una mentalidad materialista? Disgregación de la familia por la indisciplina de las costumbres, erigida en libertad indiscutible; agotamiento de la familia por el eugenismo introducido en la legislación en todas sus formas; esclavitud material o moral de la familia a respecto de la educación de los hijos, ¡cuando los padres son reducidos a la condición de casi condenados despojados de la patria potestad! La concepción de la familia, encarada bajo el punto de vista de Dios, hará volver necesariamente al único principio de solución honesta: usar de todos los medios para colocar a la familia en estado de bastarse a sí misma y de prestar su contribución al bien común”.

Entibiamiento del afecto mutuo entre padres e hijos, consecuencia del desprecio de los mandamientos divinos

De Pío XII, en la encíclica Sertum Laetitiae, del 1º de noviembre de 1939:

Si, al contrario, se desprecian los divinos mandamientos, no sólo no se obtiene la felicidad puesta más allá del breve espacio de tiempo asignado a la existencia terrena, sino vacila la propia base en la cual se asienta la verdadera civilización de la humanidad, y sólo se deben esperar lamentables ruinas; es que los caminos que llevan a la vida eterna son la fuerza viva y el sólido cimiento de las realidades temporales. [...]

Titular del diario Expreso: "Se triplica cosumo de cocaína". Cada día, niños y jóvenes ingresan al oscuro mundo de la drogadicción

En todas partes —según la confesión de hombres serios— ésta es la raíz amarga y fértil de males: el desconocimiento de la divina majestad, la negligencia de los preceptos morales oriundos de lo alto, una lamentable inconstancia que vacila entre lo lícito y lo ilícito, el bien y el mal. De ahí, el ciego e inmoderado amor propio, la sed de placeres, el alcoholismo, las modas dispendiosas e impúdicas, la criminalidad incluso de menores, la ambición del poder, la negligencia con relación a los pobres, la codicia de riquezas inicuas, el abandono de los campos, la liviandad en contraer el matrimonio, los divorcios, la disgregación de las familias, el enfriamiento del afecto mutuo entre padres e hijos, la antinatalidad, la degeneración de la especie, el languidecimiento del respeto hacia las autoridades, el servilismo, la rebeldía, la negligencia de los deberes hacia la patria y hacia el género humano”.

“Cuando la institución cristiana de la familia vacila, se desmoronan los fundamentos de la civilización”

En la encíclica Ad Petri Cathedram, del 29 de junio de 1959, Juan XXIII reafirma la enseñanza de sus predecesores:

“Exhortamos instante y paternalmente a todas las familias para que busquen alcanzar y reforzar aquella unión y concordia, a la que convidamos a los pueblos, a los gobernantes y a todas las clases sociales. Si no hay paz, unión y concordia en las familias, ¿cómo podrá haberla en la sociedad civil? Esta ordenada y armónica unión, que debe siempre reinar dentro de las paredes domésticas, nace del vínculo indisoluble y de la santidad propia del matrimonio cristiano y contribuye inmensamente para el orden, progreso y el bienestar de toda la sociedad civil. El padre haga, por así decir, las veces de Dios en el hogar y oriente, no sólo con la autoridad, sino también con el ejemplo. La madre, con la delicadeza del alma y la virtud, procure educar fuerte y suavemente a los hijos; con el marido sea buena y afectuosa; y con él prepare a los hijos, don preciosísimo de Dios, para una vida honesta y religiosa. Los hijos, a su vez, sean siempre obedientes a sus padres, como deben, ámenlos, consuélenlos y, cuando sea necesario, ayúdenlos. Dentro de las paredes domésticas reine aquella caridad que inflamaba a la Sagrada Familia de Nazaret, florezcan todas las virtudes cristianas, domine la unión de los corazones, y brille el ejemplo de una vida honesta. Que no suceda nunca —como se lo pedimos ardientemente a Dios— que sea perturbada tan bella, suave y necesaria concordia; cuando la institución cristiana de la familia vacila, cuando son negados o violados los mandamientos del Divino Redentor sobre este punto, entonces se desmoronan los fundamentos de la civilización, la sociedad civil se corrompe y corre un grave peligro con prejuicios incalculables para todos los ciudadanos”.

Desvirtuar el matrimonio compromete el futuro de la humanidad

Del discurso de Juan Pablo II en el Encuentro con los obispos y delegados del Congreso Teológico-Pastoral, Rio de Janeiro, el 3 de octubre de 1997:

“Entre las verdades ofuscadas en el corazón del hombre, a causa de la creciente secularización y del hedonismo dominante, se ven especialmente afectadas todas las que se relacionan con la familia. [...]

La misma fidelidad conyugal y el respeto a la vida, en todas las fases de su existencia, se ven subvertidos por una cultura que no admite la trascendencia del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Cuando las fuerzas disgregadoras del mal logran separar el matrimonio de su misión con respecto a la vida humana, atentan contra la humanidad, privándola de una de las garantías esenciales de su futuro”.     





  




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Nº 257 / Mayo de 2023

París, Mayo de 1968
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