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«Tesoros de la Fe» Nº 116 > Tema “Fundadores”

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Santa Teresa Jornet

Fundadora de las Hermanitas de los
Ancianos Desamparados


“Los ancianos veían en ella un ángel del Señor, algo así como un ángel de la guarda visible; así como repartía los bienes del alimento y del vestido, repartía el consuelo y, sobre todo, la luz de la fe y el fuego de su amor a Dios”.1


Pablo Luis Fandiño



Teresa de Jesús Jornet e Ibars nació el 9 de enero de 1843 en la villa de Aitona, provincia de Lérida, España. Fueron sus padres Francisco José Jornet y Antonia Ibars, familia de labradores acomo­dados y buenos cristianos. Era sobrina nieta del beato Francisco­ Palau y Quer (1811-1872), célebre sacerdote carmelita catalán, quien ejerció una fuerte influencia espiritual sobre ella.

Su tía Rosa Ibars y Palau, hermana de su madre, la llevó consigo a Lérida para que se instruyera. Más adelante, lejos del ambiente familiar, estudió para maestra y ejerció como tal. Llamada por el beato Palau, trabajó algunos años en la dirección de diversas escuelas de su naciente obra, las Terciarias Carmelitas, pero no se vinculó religiosamente a ellas. A mediados de 1868 ingresó­ al noviciado de las madres clarisas de Briviesca, donde permaneció por espacio de dos años; pero una inusitada enfermedad y las convulsiones políticas de la época no le permitieron profesar. Regresó entonces a colaborar con su tío, el padre Palau, sufriendo en carne viva las persecuciones y contrariedades que lo afligieron, y le acompañó hasta su muerte ocurrida el 20 de marzo de 1872.

Un mes después, Teresa regresó a su pueblo, “en espera de una clara luz que le manifestara el designio de Dios sobre su vida”. Y ésta no se hizo esperar…

Un encuentro casual

Viajando en compañía de su madre, se encontró un día por casualidad en la ciudad de Barbastro, en el Pirineo aragonés, con el sacerdote Pedro Llacera. Por éste conoció la feliz iniciativa del padre Saturnino López Novoa (1830-1905) de fundar una congregación de religiosas para atender espiritual y materialmente a la ancianidad desvalida. Una luz interior se enciende en el alma de la joven, y desde entonces Teresa Jornet no piensa en otra cosa: está decidida a entregarse por entero a esta empresa.

Recluta las primeras seguidoras y el 11 de octubre de 1872 regresa a Barbastro en compañía de su hermana María Jornet y de una amiga, Mercedes Calzada. Junto a otras postulantes realizan durante el mes de noviembre los Ejercicios espirituales de San Ignacio, bajo la dirección del padre jesuita Francisco Puig, director espiritual del seminario de aquella ciudad. Por fin, el 27 de enero de 1873, se realiza la solemne toma de hábito de las Hermanitas en la capilla del seminario. Como los tiempos para la religión son difíciles, hay quien les recomienda, en nombre de la prudencia, que lleven el hábito sólo dentro de casa y que para salir a la calle usen vestidos seglares. Las novicias se extrañan con la sugerencia, pues están dispuestas a llegar al martirio si fuera necesario. Solicitan la facultad de usarlo siempre, y son atendidas. El pueblo alborozado también manifestó su agrado. Fue un primer triunfo del buen espíritu, aunque con el tiempo no faltarán nuevas embestidas para que en nombre del aggiornamento las Hermanitas depongan su tradicional hábito.

La flecha que viene al blanco

Con el fin de frenar la acción laicizante del Estado español, el marqués de Viluma, don Manuel de la Pezuela y Cevallos, ilustre descendiente del penúltimo virrey del Perú, fundó en Madrid a fines de 1868 la Asociación de Católicos, que rápidamente se extendió a otras ciudades.

En Valencia estos esforzados seglares pretendían fundar un asilo para ancianos desvalidos. Ante la negativa de un instituto francés para atender el hospicio, recurrieron entonces al P. Saturnino López quien aceptó el ofrecimiento y decidió trasladar la incipiente fundación de Barbastro a Valencia. Allí reciben el apoyo del arzobispo y la incondicional ayuda de su secretario, Mons. Francisco García y López (1833-1909), más adelante obispo auxiliar; aunque para las Hermanitas siempre será el Padre Francisco, considerado como co-fundador del Instituto.

Particularmente, en Valencia les esperaba Nuestra Señora de los Desamparados, quien sería en adelante la indesmayable patrona de la naciente congregación. Así, el domingo 11 de mayo de 1873, festividad de la Virgen de los Desamparados, tuvo lugar la inauguración de la casa-asilo en la calle de la Almoina, con la admisión de las primeras dos ancianitas.

Al día siguiente, según refiere la crónica del Instituto, comenzó la postulación. Fue el baño de multitud de las Hermanitas, en el ambiente de los mercados valencianos y también recorriendo los domicilios, pidiendo limosnas para atender a sus ancianitos, lo que despertó un auténtico fervor de caridad.

Monumento a Santa Teresa Jornet en Valencia


La Casa-Madre de Santa Mónica

En poco tiempo los asilados llegaron a 40, por lo que fue imperioso buscar un nuevo local. Gracias a la generosidad de algunos bienhechores, encabezados por el cardenal-arzobispo de Valencia, Mons. Mariano Barrio Fernández, fue adquirido el edificio de Santa Mónica, que había pertenecido a los Agustinos Recoletos. El traslado se verificó el 21 de noviembre de 1874, y desde entonces ha sido el foco irradiador del alma de Santa Teresa Jornet. “En ella transcurrieron los años de madurez espiritual y de gobierno de la santa, que santificó sus venerables manos con sus virtudes heroicas y el testimonio de su dedicación a los pobres ancianos, y en Santa Mónica formó a sus hijas para continuar su obra de caridad”.2

"Cuidar los cuerpos para salvar las almas», era la máxima constante en labios de la santa, y como su gran fe le hacía ver en los ancianos pobres y abandonados, la figura de Cristo, toda su ambición era ayudarles a librarse de las escorias del pecado, a recuperar, si la habían perdido, la gracia, y con la gracia la dignidad de hijos de Dios. ¡Cuántas oraciones y sacrificios hasta obtener la conversión de algún corazón empedernido! ¡Cuánta delicadeza para no entorpecer con los arrebatos­ de un celo intempestivo la acción de Dios en el alma! ¡Cuántas noches de vela junto a la cabecera de los mori­bundos, para asistirles hasta el último instante y entregarlos, serenos y purificados, en las manos de Dios!"3

Mujer de gran corazón y de pocas palabras

Todos sus biógrafos coinciden en que la Madre Teresa prefería enseñar más con el ejemplo de su vida que con las palabras de sus labios. Era muy parca al hablar, pero indudablemente poseía un sentido común extraordinario: “los ojos en el cielo y los pies en el suelo”, decía sin ambages. Fijó en cinco palabras la norma para admitir a los ancianos: “A más pobres, más bienhechores”. ¡Audaz estrategia económica de las Hermanitas! Santamente fundada sobre dos pilares: la caridad hacia el prójimo y la confianza en la providencia divina.

Sin embargo, con respecto a las aspirantes a la vida religiosa, la santa no era partidaria del número: “Prefiero ocho pilares fuertes a muchas cañas movedizas”, repetía con frecuencia. Y remecía con una frase certera toda pereza disfrazada de piedad: “Fervorosas, sí, pero no de las que dejan el trabajo a las demás”. Teresa Jornet no necesitó redactar voluminosos tratados de ascética, con una simple frase esbozó la fisonomía espiritual de su Instituto: “Dios en el corazón, la eternidad en el pensamiento, el mundo bajo los pies”.

“Su ambición era que las Hermanitas correspondieran con absoluta fidelidad a la llamada de Dios. Intensa vida eucarística, tierna devoción a la Virgen, fidelidad total a la Regla, sobrenatural caridad fraterna entre las Hermanitas, cuidado asiduo y premuroso de los ancianos abandonados. Éstos son los rasgos que diseñan la fisonomía espiritual de las Hermanitas. Ellas lo han aprendido en la vida ejemplar de la Madre”.4

Se inmola en la ardua tarea de las fundaciones

Las Hermanitas atienden a los ancianos desvalidos, en el comedor de la centenaria casa-asilo de Breña, en Lima


Los confines de Valencia no pudieron contener su caridad. Teresa Jornet comenzó en pleno siglo XIX
—así como su santa patrona de Ávila lo había hecho en el siglo XVI— la ardua y penosa tarea de las fundaciones. ¡Cuántas fatigas, cuántas contradicciones! En la primera década se fundaron 33 casas-asilo; diez años después ya son 88; a su muerte llegan a sumar 103; hoy son más de 200.

El año 1885 se funda la primera casa en América, en la ciudad de La Habana, cuando Cuba aún hacía parte del imperio español. Es la primera vez que las Hermanitas van a fundar sin la Madre Teresa, que gustosa las acompañaría, pero ya no es más que una inválida.

“El abuso de las propias fuerzas no queda sin castigo, y ella se ha dado sin conocer medida. Tiene apenas 42 años, pero su salud se resiente profundamente. Hace ya años que habría tenido que retirarse a una vida reposada, sin fatigas, sin malos tratos. Y la Madre Teresa, ha hecho precisamente todo lo contrario”.5

A partir de entonces, en la medida en que declinan sus fuerzas físicas, se transparentan sus cualidades morales. En abril de 1896, pese a su oposición, el Capítulo General la reelige como Superiora General.

Muerte y glorificación

Antes de expirar recibió la ansiada comunicación de la aprobación definitiva de las Constituciones de su Instituto, redactadas por el Siervo de Dios Saturnino López Novoa. Las tomó de sus manos como un verdadero código de obediencia y le dijo: “Este librito, Padre, o me ha de salvar o me ha de condenar”.

Su última recomendación a las Hermanitas es un resumen de su vida y de su enseñanza: “Cuiden con interés y esmero a los ancianos, ténganse mucha caridad y observen fielmente las Constituciones. En esto está nuestra santificación”.

Santa Teresa Jornet e Ibars muere en Liria a los 54 años, en la mañana del 26 de agosto de 1897.

Meses antes de entregar su alma a Dios, la Madre Teresa aprueba la fundación de una casa-asilo en la ciudad de Lima, atendiendo al pedido del entonces Presidente de la República don Nicolás de Piérola y de su esposa, doña Jesusa Iturbide, quienes proporcionaron todo lo necesario para emprender esta grandiosa obra de amparo a la vejez en la capital peruana. Su inauguración tuvo lugar el 2 de enero de 1898, por intermedio de la R.M. Ignacia de Santa Eulalia Arrieta, quien llegaría a ser la tercera Superiora General de la Congregación (1914-1923).

Teresa de Jesús Jornet e Ibars fue beatificada por Pío XII el 27 abril de 1958 y canonizada por Paulo VI el 27 enero de 1974, coincidiendo con el centenario de la Congregación. Su fiesta se celebra el 26 de agosto.   

Notas.-

1. P. José María de Garganta  O.P. y P. Vito Tomás Gómez O.P., Santa Teresa Jornet – Carisma y Espíritu, Casa Generalicia de las Hermanitas, Valencia, 1983, p. 64.
2. Ibid., p. 55.
3. M. Eugenia Pietromarchi; O.S.B., Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars, Casa Generalicia de las Hermanitas, Valencia, 1974, pp. 37-38.
4. Ibid., p. 44.
5. Ibid., p. 47.




  




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