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El Milagro de la Santa Casa de Loreto
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El infierno existe y es eterno



El 13 de julio de 1917, la Santísima Virgen reveló a los niños un secreto, compuesto de tres partes. Comenzó pidiéndoles que se sacrificaran por los pecadores y que después de hacer un sacrificio repitan esta oración:

— “¡Oh! Jesús, es por vuestro amor, por la conversión de los pecadores y en reparación por los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María”.

“Al decir estas palabras —narra la Hna. Lucía— de nuevo abrió las manos como en los meses anteriores. El reflejo [de luz que ellas irradiaban] pareció penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el incendio llevados por las llamas que de ellas mismas salían juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados —semejante al caer de las chispas en los grandes incendios— sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros carbones en brasa”.

La visión duró apenas un instante, durante el cual Lucía soltó un “¡ay!”. Ella comenta que, si no fuese por la promesa que la Virgen les hizo de llevarlos al cielo, habrían muerto de susto y pavor viendo el infierno. Asustados, pues, y como pidiendo socorro, los videntes levantaron los ojos hacia Nuestra Señora, que les dijo con bondad y tristeza:

— “Visteis el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón”.


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