El Milagro del Sol
El 13 de octubre de 1917 la Virgen de Fátima operó uno de los mayores milagros de la historia
Paulo Roberto Campos
Los cielos de Portugal sirvieron de “púlpito” para que la Divina Providencia predicara al mundo entero. ¡El premio y el castigo! Promesas y advertencias de la Santa Madre de Dios, mediante signos portentosos del Cielo, para tocar el corazón de los fieles, aunque también a los corazones endurecidos.
No deja de ser sintomático y simbólico que en Fátima, el 13 de octubre de 1917, la Santísima Virgen haya elegido al “astro rey” para realizar el Milagro del Sol.
Un portentoso prodigio sobrenatural que la Virgen operó para confirmar a los ojos de todos, incluso de los incrédulos, la grandeza y la veracidad de sus revelaciones, así como la sinceridad de los tres pequeños pastores de Fátima, Lucía, Francisco y Jacinta.
Lucía, al describir a la Virgen de Fátima en sus Memorias, registró de una manera inspirada: Era “una Señora vestida toda de blanco, más brillante que el sol y esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua cristalina atravesado por los rayos del sol más ardiente”.1
En las Sagradas Escrituras hay una referencia muy sugestiva a la Santa Madre de Dios: Quae est ista quae ascendit sicut aurora consurgens pulchra ut luna electa ut sol terribilis ut castrorum acies ordinata? – “¿Quién es ésta que avanza como la aurora, hermosa como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército en orden de batalla?” (Cant 6, 10). La luna simboliza su misericordia, mientras que el sol es el símbolo de la justicia de aquella que es “terrible como un ejército en orden de batalla”. Veremos cómo en el Milagro del Sol la justicia y la misericordia se manifestaron en la Virgen María.
“En octubre haré un milagro para que todos crean”
El Milagro del Sol, que ocurrió durante la sexta y última aparición de la Virgen de Fátima en 1917, fue presenciado por aproximadamente 60 mil personas en la Cova da Iría, en el preciso lugar en que hoy se encuentra la famosa “capelinha” de las apariciones. La deslumbrante señal del cielo no fue vista únicamente por los habitantes de aquella región portuguesa, sino también por personas provenientes de diversas partes del país, pertenecientes a todas las clases sociales, creyentes y no creyentes, y de todas las edades. La gran mayoría llegó a pie, muchos andando descalzos en medio del barro, ya que llovía constantemente; otros llegaron a caballo, en carruajes y automóviles, algunos inclusive de lujo. En la víspera del 13 de octubre, fueron tantas las personas que se dirigían a Fátima que algunos editores de periódicos locales, aunque escépticos, decidieron enviar reporteros para que informasen de lo que iba a ocurrir.
Y se produjo el gran milagro que, además de ser presenciado por la multitud presente en la Cova da Iría, fue visto por otros innumerables portugueses, pues la manifestación del fenómeno solar alcanzó un radio de más de treinta kilómetros a partir del lugar de las apariciones.
Este hecho desmintió de forma irrefutable tanto a los ateos como a la prensa anticlerical de la época, que, pese a tomar conocimiento de aquella extraordinaria comprobación de la existencia de Dios, intentaron esparcir la idea de que el “accidente” era apenas una “sugestión colectiva” o algún “efecto hipnótico”, pues no había sido registrado por ningún observatorio astronómico. Pero justamente el hecho de que no haya sido registrado por los astrónomos comprueba el milagro, porque lo ocurrido no fue un mero fenómeno natural…
En aquel histórico día, la Santa Madre de Dios cumplió lo que había prometido a los pastorcitos de Fátima en tres de sus apariciones, cuando dijo: “En octubre haré un milagro para que todos crean”.2
Innumerables testigos fidedignos
Las personas que recibieron la gracia de presenciar el Milagro del Sol lo describieron como apocalíptico. Muchos tuvieron la impresión de que estaba llegando el fin del mundo; rezaban el acto de contrición o el Credo; se confesaban en voz alta pidiendo perdón por sus pecados. Hasta los impíos que fueron a Fátima tan solo para mofarse y burlarse, “se postraron, bajando sus cabezas, y prorrumpieron en sollozos y rezos” que daban lástima.3
Lo que los ateos pretendieron calificar como un “fenómeno de sugestión colectiva” fue un verdadero y deslumbrante milagro presenciado por miles de personas. Numerosos testimonios han sido publicados en cientos de libros y periódicos. Como resulta imposible reproducirlos aquí, transcribimos extractos de algunos testimonios. Incluso porque se repiten, constituyen una prueba más de su veracidad, ya que todos vieron la misma manifestación en el Sol.
En este sentido, empezamos con un documento de gran valor, que constituye uno de los primeros reconocimientos oficiales de la Iglesia a las revelaciones hechas por la Santísima Virgen a los pastorcitos en Fátima. Fue redactado por la autoridad eclesiástica de la región, el obispo de Leiría, Mons. José Alves Correia da Silva, que lo recogió en la página 11 de su Carta Pastoral sobre el culto a Nuestra Señora de Fátima (1930):
“El fenómeno solar del 13 de octubre de 1917, descrito en los periódicos de la época, fue el más maravilloso y el que mayor impresión causó a los que tuvieron la felicidad de presenciarlo.
“Los tres niños fijaron con antelación el día y la hora en que tendría lugar. La noticia corrió velozmente por todo Portugal y, aunque el día fue inusualmente frío y llovió copiosamente, miles y miles de personas se reunieron en el momento de la última aparición para presenciar todas las manifestaciones del astro rey, rindiendo homenaje a la Reina del Cielo y de la Tierra, más brillante que el Sol en el apogeo de sus luces”.
“El Sol bailó al mediodía en Fátima”
En su espléndida obra Nossa Senhora de Fátima – Aparições, Culto, Milagres, el padre Luis Gonzaga Ayres da Fonseca SJ, profesor del Pontificio Instituto Bíblico de Roma, después de transcribir declaraciones de testigos, inclusive de la prensa liberal y masónica de la época, consignó lo siguiente:
“Toda la prensa periódica se ocupó ampliamente de los acontecimientos de aquel día, en particular del ‘Milagro del Sol’. Tuvieron mayor resonancia los artículos de ‘O Século’ (13 y 15 de octubre de 1917): ‘En pleno sobrenatural: las Apariciones de Fátima’ y ‘Cosas espantosas: como el Sol bailó al mediodía en Fátima’, porque el autor, Avelino de Almeida, principal redactor del periódico, a pesar de su ostentada incredulidad y sectarismo, prestó lealmente homenaje a la verdad: lo que luego le atrajo las iras del ‘Libre Pensamiento’”.4
El libro, que lleva el inspirado título de Era una Señora más brillante que el Sol —un clásico para conocer a fondo la historia de Fátima—, del padre Juan de Marchi IMC, reproduce una noticia del periódico “O Dia”, del 19 de octubre de 1917, de la que extraímos un fragmento sobre el momento de la manifestación solar:
“… Todos lloraban, todos rezaban sombrero en mano con la impresión grandiosa del milagro esperado. Fueron segundos, fueron instantes que parecieron horas ¡de tanta viveza fueron!”.5
El padre De Marchi transcribe también un hermoso relato del Dr. Almeida Garrett, entonces catedrático de la célebre Universidad de Coimbra, escrito a petición del canónigo Dr. Manuel Nunes Formigão:
“… De repente se oyó un clamor, como un grito de angustia de toda aquella gente. El Sol, conservando la celeridad de su rotación, se destaca del firmamento, y avanza sanguíneo sobre la tierra amenazando aplastarnos con el peso de su ígnea e ingente mole. Fueron momentos de terrífica impresión”.6
“Hijo mío, ¿aún dudas de la existencia de Dios?”
El mismo 13 de octubre de 1917, el padre Manuel Pereira da Silva escribió a su colega de la región de la Guarda, el canónigo Antonio Pereira de Almeida:
“… En un coche de lujo, junto al cual se encontraba el Dr. Formigão, una señora de mediana edad, elegantemente vestida, se volvió a un muchacho, y le preguntó, presa de indecible conmoción: —‘Hijo mío, ¿aún dudas de la existencia de Dios?’ —‘No, madre —respondió el joven con los ojos arrasados en lágrimas—. No, ¡ya es imposible dudar!’”.7
“Caí de rodillas. Pensé que había llegado el fin del mundo”
Nuestra Señora de Fátima es otro libro imprescindible sobre los magnos acontecimientos en la Cova da Iría, redactado por el historiador y escritor norteamericano William Thomas Walsh, que viajó a Portugal con el propósito de entrevistar a testigos oculares. En sus interrogatorios, entrevistó a personas que le dijeron que con motivo de la milagrosa señal celestial habían exclamado: “¡Ay, Jesús, todos vamos a morir aquí!”; “¡Señora nuestra, sálvanos!”; “¡Oh Dios mío, me arrepiento!”; “¡Oh Dios mío, cuán grande es tu poderío!”; “¡Milagro! ¡Maravilla!”; “¡Los niños tenían razón!”. Muchas otras exclamaciones resonaron en toda la región, de personas que rezaron el acto de contrición imaginando que aquel sería su último instante en este mundo. Todos querían besar las manos de los tres niños, a los que llamaban “santitos”, o al menos tocarlos.
Después de reproducir testimonios y entrevistas que había recogido personalmente, Walsh relata: “Viven aún en la vecindad muchos testigos. Hablé con ellos el último verano, incluyendo a tío Marto y su Olimpia [padres de Jacinta y Francisco], María Carreira, dos de las hermanas de Lucía (María de los Ángeles y Gloria) y otros varios de la población campesina, todos los cuales relataron la misma historia con sinceridad evidente, y cuando mencionaban la caída del Sol se reflejaba siempre un matiz de terror en sus voces. El reverendo padre Manuel Pereira da Silva me dio en esencia los mismos detalles: ‘Cuando vi al Sol descender en zigzag —dijo—, caí de rodillas. Pensé que había llegado el fin del mundo’”.8
El Sol pareció amenazar y caer sobre la Tierra
El renombrado escritor norteamericano, además de recoger testimonios de personas que presenciaron in situ el Milagro del Sol, reproduce también declaraciones de quienes atestiguaron el milagro estando bien lejos de la Cova da Iría. Aquí están algunos de ellos: “El poeta Alfonso Lopes Vieria lo vio desde su casa, en San Pedro de Moel, a 40 kilómetros de Fátima. El padre Ignacio Lourenço dijo más tarde que lo había presenciado desde Alburita, a unos 18 o 19 kilómetros de distancia, cuando era niño de nueve años. Él y algunos compañeros suyos oyeron gritar a personas en la calle próxima. Salieron corriendo de la escuela con su profesora, doña Delfina Pereira Lopes, para ver con asombro el giro y descenso del Sol. […] ‘Repentinamente, pareció venirse hacia abajo en zigzag, amenazando caer sobre la tierra. Asustado, corrí a guarecerme entre la multitud. Todos estaban llorando, esperando de un momento a otro el fin del mundo’.
‘Cerca de nosotros había un incrédulo sin religión, que se había pasado la mañana burlándose de los tontos que habían hecho todo aquel viaje hasta Fátima para ir a ver a una niña. Me fijé en él. Aparecía como paralizado, como herido por el rayo, con sus ojos fijos en el Sol. Después le vi temblar de pies a cabeza, y elevando sus manos al cielo cayó de rodillas en el fango, gritando: ¡Nossa Senhora! ¡Nossa Senhora!’”.9
Fátima: manifestación de la justicia y de la misericordia de Dios
Algunos testigos que tuvieron la gracia de presenciar el milagro contaron que, superado el miedo de ser castigados por el Sol y de que fuera el fin del mundo, una vez terminada aquella portentosa manifestación, se encontraron de rodillas, pero sintiendo una alegría indecible por haber sobrevivido. Durante el fenómeno muchos lloraron de miedo; luego de alegría, y abrazaron a sus parientes. Lo cual puede interpretarse como un símbolo de justicia y misericordia, de los castigos y premios anunciados en Fátima. Castigo, por ejemplo, cuando la Santísima Virgen reveló, en la tercera aparición (13 de julio de 1917), que “varias naciones serán aniquiladas”. Premio, cuando profetizó “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
El Milagro del Sol nos muestra un avance de la magnitud del anunciado castigo que caerá sobre el mundo por orden de la justicia divina, puesto que la humanidad no se convirtió como había pedido la Virgen de Fátima. Pero también es una manifestación de la misericordia divina, un prenuncio de la alegría de los que se mantuviesen fieles a Ella, con la instauración en la tierra del Reino de María.
En nuestros convulsionados días, cargados de amenazas de todo tipo, hasta de bombas atómicas que se ciernen sobre nuestras cabezas como modernísimas “espadas de Damocles”, Fátima representa, además de la justicia, la esperanza y la solución a los graves problemas que afligen a la humanidad. En la aparición que comentamos en este artículo, la del 13 de octubre de 1917, la Santa Madre de Dios suplicó hace exactamente 105 años: “No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está muy ofendido”.
Con estas conmovedoras palabras, a las que nuestros oídos no pueden permanecer sordos, la Santísima Virgen dio por concluidas las maravillosas y apocalípticas apariciones de Fátima. Con ellas también terminamos estas consideraciones, permitiéndonos apenas agregar: Si vocem ejus hodie audieritis, nolite obdurare corda vestra – “Si hoy oyereis su voz, no endurezcáis vuestros corazones” (Sal 94, 8).
Notas.-
1. Um caminho sob o olhar de Maria – Biografia da Irmã Lúcia Maria de Jesus e do Coração Imaculado, Carmelo de Coimbra, Edições Carmelo, Coimbra, 2013, p. 50.
2. Para tener una visión completa de los acontecimientos de Fátima, recomendamos la lectura del libro de Antonio Augusto Borelli Machado, Fátima: ¿Mensaje de tragedia o de esperanza?, El Perú necesita de Fátima, Lima, 2017, 5ª edición.
3. William Thomas Walsh, Nuestra Señora de Fátima, Espasa-Calpe, Madrid, 1953, p. 188.
4. P. Luis Gonzaga Ayres da Fonseca SJ, Nossa Senhora de Fátima, Aparições, Culto, Milagres, Livraria Apostolado da Imprensa, Porto, 1947, 2ª edição, p. 125.
5. P. Juan de Marchi, Era una Señora más brillante que el Sol, Edições Missões Consolata, Fátima, 2006, 13ª edición, p. 166.
6. Id., Ib. p. 168.
7. Id., Ib. p. 169.
8. Walsh, op. cit., p. 191-192.
9. Id., Ib. p. 190-191.