El Perú necesita de Fátima Visteis el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.
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Tercera Parte del Secreto
Visión profética de un castigo inminente,
de una catástrofe inmensa y
del Gran Retorno de las almas a Dios

(Para facilitar la debida comprensión de esta parte, hemos ordenado a la izquierda el texto del manuscrito de la Hna. Lucía y a la derecha las notas con los comentarios elucidativos de Antonio Borelli Machado)

J.M.J.


La tercera parte del secreto revelado el 13 de julio de 1917 en la Cova da Iría - Fátima.
Escribo en acto de obediencia a Vos, Dios mío, que lo ordenáis por medio de Su Excelencia Reverendísima el Señor Obispo de Leiría y de la Santísima Madre Vuestra y mía.


     La Hna. Lucía escribe por orden del Obispo de Leiría, Mons. José Alves Correia da Silva, y de la propia Madre de Dios. En su libro Nuevos documentos de Fátima, el R. P. Antonio María Martins S. J. transcribe un documento del acervo del Canónigo Sebastião Martins dos Reis, en el cual se lee: “Según declaraciones escritas de la Madre Cunha Mattos, que fue superiora de la Hna. Lucía en Tuy y que recibiera las confidencias más íntimas de la Vidente, Nuestra Señora apareció a la religiosa el día 2 [n.t.: hoy se sabe fehacientemente que fue el día 3 a las 16 horas] de enero de 1944 y le indicó escribir la tercera parte del Secreto. Esa aparición se dio porque la Vidente no sabia qué hacer, dado que el Obispo de Leiría le ordenó que lo escribiese y el Arzobispo de Valladolid, que estaba a cargo de la diócesis de Tuy, le decía que no” (op. cit., Ediciones Loyola, São Paulo, 1984, pp. XXV-XXVI).


Primera escena:

La amenaza del castigo que pende sobre el mundo

Después de las dos partes que ya expuse, vimos al lado izquierdo de Nuestra Señora un poco más alto a un Ángel con una espada de fuego en la mano izquierda; al centellear, despedía llamas que parecía que iban a incendiar el mundo, pero se apagaban al contacto con el resplandor que de la mano derecha irradiaba Nuestra Señora hacia él; el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, con voz fuerte dijo: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!

     “Sor Lucía estuvo de acuerdo en la interpretación según la cual la tercera parte del secreto consiste en una visión profética comparable a las de la historia sagrada, afirma Mons. Bertone en el informe que hizo del coloquio con la vidente el 27-4-2000.
     La visión se divide en tres escenas esquemáticamente distintas, pero que se articulan de un modo muy coherente y profundo. En la primera escena, como destaca el Cardenal Ratzinger en su Comentario teológico, “el ángel con la espada de fuego a la izquierda de la Madre de Dios recuerda imágenes análogas en el Apocalipsis. Representa la amenaza del juicio que pende sobre el mundo”.
     El Ángel –narra la Hna. Lucía– con el cintilar de su espada “despedía llamas que parecía que iban a incendiar el mundo”. Es obvio que el Ángel no iría a ejecutar esa acción por decisión propia, mas que había recibido órdenes de Dios para eso. De donde se deduce fácilmente que el mundo está en una situación espiritual y moral tal que merecería ser castigado por Dios de esa forma. Y, según parece, se trataría de una destrucción total. Así lo interpreta el Cardenal Ratzinger: “La perspectiva de que el mundo podría ser reducido a cenizas en un mar de llamas, hoy no es considerada absolutamente pura fantasía: el hombre mismo ha preparado con sus inventos la espada de fuego”.
     El primer punto a ser retenido, por lo tanto, es que la humanidad está de tal manera alejada de Dios y de su Iglesia –lo que se manifiesta claramente por un rechazo teórico y/o práctico de su Doctrina y de su Moral–, que esto envuelve un acto de rebelión contra Dios, merecedor de un castigo supremo. Es fundamental remarcar tal conclusión, pues muchos católicos de hoy, incluso de gran proyección, piensan, hablan y se comportan como si la situación actual del mundo no fuese ésa.
     Sin embargo, Nuestra Señora interviene, y obtiene de Dios que el Ángel no lleve la acción a su término normal, que sería la destrucción del mundo. Las llamas lanzadas por el Ángel en dirección a la Tierra “se apagaban al contacto con el resplandor que de la mano derecha irradiaba Nuestra Señora hacia él”, describe la Hna. Lucía. Lo cual significa que Nuestra Señora tiene designios de misericordia con relación al mundo y quiere darle una oportunidad de salvación. Pero para esto es preciso que la humanidad reconozca su pecado y haga penitencia. Por eso, en el cuadro final de esa escena, “el Ángel señalando la tierra con su mano derecha, con voz fuerte dijo: ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia!”.
     El hecho que el Ángel clame “con voz fuerte” y repita el grito de “Penitencia” tres veces, indica que no se trata de una penitencia hecha con superficialidad de espíritu, sino de una penitencia seria, que implique una conversión profunda. Lo cual, una vez más, denota la gravedad del estado de alejamiento de Dios en que la humanidad se encuentra. La primera escena es, pues, de una coherencia perfecta.


Segunda escena:

Una pavorosa catástrofe que deja al mundo medio en ruinas
y produce víctimas en todas las categorías sociales,
inclusive y máximamente al Santo Padre, el Papa

Y vimos en una inmensa luz que es Dios: “algo semejante a como se ven las personas en un espejo cuando pasan ante él” a un Obispo vestido de Blanco “tuvimos el presentimiento de que era el Santo Padre”. A varios otros Obispos, Sacerdotes, religiosos y religiosas subir una montaña escabrosa, en cuya cima había una gran Cruz de maderos toscos como si fueran de alcornoque con la corteza; el Santo Padre, antes de llegar ahí, atravesó una gran ciudad media en ruinas y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, iba orando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino; llegado a la cima del monte, postrado de rodillas a los pies de la gran Cruz fue muerto por un grupo de soldados que le dispararon varios tiros y flechas; y así mismo fueron muriendo unos tras otros los Obispos, Sacerdotes, religiosos y religiosas y varias personas seglares, caballeros y damas de varias clases y posiciones.





Un obispo vestido de blanco

     El mundo aparece ahora semidestruido (“una gran ciudad media en ruinas”). Es forzoso concluir que la intervención de Nuestra Señora impidió una destrucción total, pero no una destrucción parcial. Los hombres obviamente no hicieron la penitencia necesaria: el castigo se desencadenó.
     El personaje central de esta escena es el Santo Padre que, con “varios otros Obispos, Sacerdotes, religiosos y religiosas”, va subiendo “una montaña escabrosa, en cuya cima había una gran Cruz de maderos toscos”. Sin embargo, antes de llegar allí, el Papa atraviesa “una gran ciudad media en ruinas, y medio tembloroso con paso vacilante, apesadumbrado de dolor y pena, iba orando por las almas de los cadáveres que encontraba por el camino”. La escena es, pues, de una catástrofe sorprendente.
     No sería exagerado calificarla de apocalíptica, como apocalíptico es el Ángel que la desencadenó (siempre haciendo la salvedad de que no se trata del fin del mundo).
     ¿Qué habrá ocurrido? Según la interpretación del Purpurado, “se puede ver representada en esta imagen la historia de todo un siglo. Del mismo modo que los lugares de la tierra están sintéticamente representados en las dos imágenes de la montaña y de la ciudad y están orientados hacia la cruz, también los tiempos son presentados de forma compacta. En la visión podemos reconocer el siglo pasado [el siglo XX] como siglo de los mártires, como siglo de los sufrimientos y de las persecuciones contra la Iglesia, como el siglo de las guerras mundiales y de muchas guerras locales”.
     En otras palabras, aquello que la visión presenta como una escena única, es, en realidad, una superposición de escenas análogas de persecuciones a la Iglesia y destrucciones (guerras) que se escalonan a lo largo del siglo, y que, lamentablemente, están lejos de haber terminado. Basta tener en mente las persecuciones a católicos que ocurren hoy en día, en diversas partes del mundo, y los numerosos conflictos aún existentes entre pueblos y naciones.
     Esa misma superposición de escenas, el Cardenal Ratzinger la distingue en la ardua subida de la montaña, donde “podemos encontrar indicados con seguridad juntos a diversos Papas, que empezando por Pío X hasta el Papa actual han compartido los sufrimientos de este siglo y se han esforzado por avanzar entre ellas por el camino que lleva a la cruz. En la visión también el Papa es muerto en el camino de los mártires”.
     Y añade: “¿No podía el Santo Padre, cuando después del atentado del 13 de mayo de 1981 se hizo llevar el texto de la tercera parte del ‘secreto’, reconocer en él su propio destino?”
     Si bien que tal correlación del tercer Secreto con el atentado a Juan Pablo II no haya alcanzado unanimidad en los medios católicos, no puede dejar de ser mencionada aquí respetuosamente. Algunos, sin excluir esa hipótesis –que el atentado esté en el contexto de las persecuciones a la Iglesia simbolizadas por la visión– prefieren ver en la imagen del “Obispo vestido de Blanco” más un símbolo de los diferentes Papas, que el de una persona en particular, como declaró, por ejemplo, el Obispo de Leiría-Fátima, Mons. Serafim de Sousa Ferreira y Silva (cfr. Corriere della Sera, 27-6-00). Lo cual, además, es una opinión compartida por el propio Cardenal Ratzinger, en el trecho citado inmediatamente arriba.
     De cualquier manera, la serie de martirios descritos en el tercer Secreto –que alcanza también a “personas seglares, caballeros y damas de varias clases y posiciones”– prosigue en nuestros días, y no se puede excluir que el odio de los enemigos de la Fe llegue a perpetrar nuevos atentados de igual o mayor magnitud.
     ¿Cuáles son los agentes humanos de esos atentados y destrucciones, representados en la visión por un “grupo de soldados” que “dispararon varios tiros y flechas” contra el Santo Padre y los que lo siguen, matándolos a unos tras otros?
     Según indica la Hna. Lucía en carta dirigida a Juan Pablo II el 12 de mayo de 1982, la tercera parte del Secreto debe ser interpretada a la luz de la segunda parte, y más específicamente de las palabras: “Si atienden mis pedidos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados y el Santo Padre tendrá mucho que sufrir; varias naciones serán aniquiladas”. Y ella misma comenta: “Desde el momento en que no hemos tenido en cuenta este llamamiento del Mensaje, constatamos que se ha cumplido, Rusia ha invadido el mundo con sus errores. Y, aunque no constatamos aún la consumación completa del final de esta profecía, vemos que nos encaminamos poco a poco hacia ella a grandes pasos”.
     Al referirse por primera vez al texto del tercer Secreto, el día 13 de mayo del 2000, el Cardenal Sodano generaliza como agente humano de esas persecuciones a todos los sistemas ateos del siglo XX. Eso se comprende perfectamente, pues tanto el socialismo como el nazismo son adeptos declarados o encubiertos de los errores del comunismo, aun cuando se presenten como opuestos a él. Y se proyectan así más o menos metamorfoseados en el siglo XXI.
     Es, pues, todo el mundo secularizado y amoral de nuestros días –basta pensar en el aborto, en el amor libre, en la unión civil entre homosexuales, que se pretende legalizar por todas partes, en las embestidas contra el derecho de propiedad, en el igualitarismo más radical que rechaza hasta las desigualdades sociales justas, proporcionadas y armónicas–, es todo ese mundo que se arroja, en rebelión contra Dios y la Santa Iglesia.
     Cabe, por fin, preguntar cuál es el fruto de esos holocaustos pasados, presentes y futuros. La tercera escena de la visión nos lo indica.


Tercera escena:

El Gran Retorno de la humanidad a Dios

Bajo los dos brazos de la Cruz había dos Ángeles cada uno con una jarra de cristal en la mano, en ellas recogían la sangre de los Mártires y con ella regaban las almas que se aproximaban a Dios.

Tuy, 3-1-1944







Dos ángeles bajo los brazos de una cruz

La profecía de Fátima sólo puede llegar a su punto final cuando la humanidad prevaricadora se aproxime a Dios. pero para que esa vuelta se haga posible, es indispensable que sea regada por gracias especialísimas, simboloizadas por la sangre de los Mártires que los Ángeles derraman sobre las almas que estaban lejos de Dios (si se “aproximaban” es porque evidentemente estaban lejos) y hacia Él retornan.
     La tierra purificada y renovada por la sangre de Mártires auténticos corresponde a la noción del Reino de María, del cual habló San Luis María Grignion de Montfort en su célebre Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen: “Tiempo dichoso en que la excelsa María sea establecida como Señora y Soberana en los corazones, para someterlos plenamente al imperio de su excelso y único Jesús... Ut adveniat regnum tuum, adveniat regnum Mariae (Para que venga tu reino, venga el reino de María) (§ 217). Noción ésta que se compagina admirablemente con las también célebres palabras que están en la conclusión de la segunda parte del Secreto de Fátima: “Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará”.
     Ese triunfo, o se realiza sobre todo en los corazones de los hombres –como resalta San Luis de Montfort– o toda la trama de la tercera parte del Secreto queda completamente destituida de sentido. Pues sólo con el retorno estable de la humanidad a Dios –algo que se podría llamar un Gran Retorno (Grand Retour en francés, noción inspirada en un movimiento espiritual de Francia que tenía como meta promover el Grand Retour de las almas a Jesús por María)–, sólo con eso será posible que el mundo alcance efectivamente “algún tiempo de paz”, conforme Nuestra Señora prometió (cfr. texto del segundo Secreto).
     “Haec est dies quam fecit Dominus: exsultemus et laetemur in ea. - Castigans castigavit me Dominus et morti non tradidit me”. “Éste es el día que ha hecho el Señor: alegrémonos y regocijémonos en él. - Me ha castigado el Señor severamente, mas no me ha entregado a la muerte” (Salmo 117, 24 y 18).
     Así, las tres partes del Secreto hoy conocidas, pueden ser vistas como un todo único que tiene como centro la gloria de Dios, la exaltación de la Santa Madre Iglesia y el bien de las almas en éste y en el otro mundo, como resultado de una intercesión poderosísima del Corazón Inmaculado de María ante el Corazón de su Divino Hijo, Jesucristo.

Ver facsímil del manuscrito original escrito por la hermana Lucía

(Texto tomado del libro Fátima: ¿Mensaje de Tragedia o de Esperanza?, pp. 50-60)

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