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La columna del peregrino
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La columna del peregrino

 

por Nicolás Verástegui

Cada vez que llegamos a una ciudad acompañando a la Virgen de Fátima, tenemos una agenda ya establecida para visitar a las familias por un determinado tiempo. Pero Nuestra Señora tiene también su agenda, y nosotros tratamos de ser dóciles a Ella.

En noviembre pasado estábamos en Talara con un programa de visitas muy recargado. Una señora se acercó para pedir un favor especial: tenía un amigo con cáncer terminal y quería que fuéramos con la Virgen Peregrina. Como la agenda estaba llena, le ofrecí una visita muy temprano (7:00 a.m.) o al final de la jornada (9:30 p.m.). Poco después me confirmó que la familia de Henry, el enfermo, había escogido el último horario.

El día señalado, nos recogieron en Talara y fuimos a Negritos, a unos 10 minutos en automóvil. Cuando llegamos a la casa nos esperaban él, su esposa, su pequeña hija y unos cuantos amigos. Al comienzo noté de parte de Henry una cierta frialdad con relación a la imagen de Nuestra Señora. Dada la situación, me pareció conveniente tocar todos los puntos del Mensaje de Fátima. Luego de comentar la importancia del rosario y la necesidad de la conversión de los pecadores, rezamos y entonamos canciones marianas. Terminada la reunión, la esposa nos agradece y dice: “Ésta es la primera vez que un grupo católico nos viene a visitar, pues en todo este proceso de la enfermedad de mi esposo, sólo han venido protestantes...” ¡Ahí recién comprendí la frialdad inicial de Henry!

Un amigo le regaló un rosario y un libro con un método para rezarlo con provecho. La visita terminó y nos despedimos confiados en que la Santísima Virgen ayudaría a este joven en un momento tan difícil.

Viajamos a Sullana para continuar nuestra peregrinación. Allí me llamaron para avisar que Henry estaba agonizando; ese día rezamos mucho por él. Al día siguiente, nueva comunicación: Henry falleció... Cuando llamé a la viuda para darle el pésame, me dijo: “Ud. no sabe lo que significó esta visita para Henry. La Virgen le abrió nuevamente las puertas de la Iglesia Católica; él mismo pidió para confesarse y murió en gracia de Dios”.

La visita a la casa de Henry era la que estaba en la agenda de la Virgen. Sólo fuimos dóciles a Ella.