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«Tesoros de la Fe» Nº 245

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San Pacomio, Abad

Fundador del monaquismo cenobítico

Ermitaño y confesor, instituyó la vida cenobítica entre los monjes del desierto y les prescribió una regla; rechazó por humildad el sacerdocio y se convirtió en el patriarca de los monjes que llevan vida en común.

Alonso de Souza

San Pacomio comparte con san Antonio Abad el honor de haber instituido la vida cenobítica en Egipto. A diferencia de los ermitaños o anacoretas, que se retiraban del contacto con el mundo para buscar mejor a Dios, el cenobita vivía en comunidad, bajo una regla, obedeciendo a un superior. Pacomio fue el primero en establecer sus reglas por escrito.

Nacido alrededor del año 292 en una pequeña aldea a las afueras de Kénèh, en Kenobóskion (actual Nag Hammadi), en el Alto Egipto, era hijo de padres paganos, supersticiosos e idólatras, pero desde la infancia se mostró muy refractario al paganismo, haciendo justicia a su nombre, que en copto, la lengua en la que fue educado, significa gran águila o halcón del rey.

Santa Catalina de Alejandría

Pacomio acababa de salir de la adolescencia y aún era pagano cuando fue alistado a la fuerza en el ejército de Maximino Daya (308-313). Este emperador renovó las persecuciones contra los cristianos luego de la publicación del edicto de tolerancia de Galerio.

Eusebio de Cesarea afirma que Daya se vio envuelto en una “pasión insana” por una joven cristiana, la futura mártir santa Catalina de Alejandría, notable por su nobleza, riqueza, educación y castidad. Cuando Catalina repelió sus insinuaciones, la hizo matar cruel y lentamente con puntas de hierro. Al no tener éxito, la hizo decapitar y confiscó toda su fortuna. Muy popular en la Edad Media, la suya fue una de las “voces” que santa Juana de Arco escuchaba.

La caridad de los cristianos acelera su conversión

Mientras estaba en el ejército, Pacomio fue hecho prisionero en Tebas. Durante su cautiverio fue consolado por los cristianos del lugar, que no lo conocían, siendo alimentado en secreto por ellos. Conmovido por esta dedicación desinteresada a un extraño, preguntó a uno de ellos quién le mandó hacer eso, y le dijeron que fue el Dios que está en el Cielo. Aquella noche el prisionero rezó con los cristianos a ese Dios, sintiéndose inclinado a seguir tan bella doctrina.

Cuando se vio libre, volvió a Egipto y se bautizó. Aún sin saber qué rumbo tomar, se puso al servicio de una comunidad cristiana, que le permitiría practicar la caridad con la que había sido tratado durante su prisión. Pero esto no le satisfacía, pues quería dedicarse por completo a Dios. Le informaron que un anciano llamado Palemón servía a Dios en el desierto. Fue en su búsqueda y se puso bajo su dirección.

De san Palemón, dice el Martirologio Romano Monástico del día 11 de enero: “En la Tebaida, alrededor de 330, san Palemón eremita, que inició a san Pacomio en la vida monástica y le dio sus principios fundamentales: vigilar y orar en el ayuno y en la soledad”.

San Jerónimo visita a los monjes de la Tebaida, Juan de Espinal, c. 1780 – Óleo sobre lienzo, Museo de Huelva (España)

Institución de la vida cenobítica

En aquella época los ermitaños solían retirarse durante un tiempo a un lugar solitario, del que volvían de vez en cuando a su antigua morada. Con san Pacomio ocurrió algo diferente, pues oyó en Tabennisi, en el desierto, una voz misteriosa que le dijo: “Pacomio, quédate aquí y funda un monasterio”. Mientras meditaba estas palabras, se le apareció un ángel y le dijo: “Pacomio, esta es la voluntad de Dios: servir al género humano y reconciliarlo con Dios”. Comprendió entonces que para ello no debía vivir solo y aislado, sino con otros, pues el ángel añadió que “muchos, deseosos de abrazar la vida monástica, vendrán hacia acá”. Esto significaba sustituir la vida eremítica por la cenobítica, es decir, la vida aislada en soledad por la vida en comunidad.

El primer cenobio

Así fue como, animado por san Palemón, Pacomio fundó junto a tres compañeros su primera comunidad hacia el año 320.

Los candidatos comenzaron a aparecer. El primero fue su hermano mayor, y luego llegaron otros. Sin embargo, todos ellos se propusieron inicialmente seguir la vida eremítica, pero con algunos pequeños cambios sugeridos por Pacomio, como realizar las comidas en común.

Obró con mucha sabiduría con los primeros monjes que aspiraban a una vida un tanto eremítica. Procuró que las obligaciones de la vida cenobítica no los afectaran tan bruscamente, por lo que asumió las funciones más pesadas, permitiéndoles dedicar todo el tiempo que quisieran a los ejercicios espirituales.

Poco a poco, alrededor del primer núcleo se construyeron algunas habitaciones y un oratorio, cercado por un muro. Así nació el monasterio de Tabennisi, a orillas del Nilo, entre la Tebaida superior y la Tebaida inferior.

Este monasterio era doble, pues María, la hermana de Pacomio, fundó una comunidad de monjas en la orilla opuesta del río. El santo dejó instrucciones a los monjes y a las monjas que vivían bajo su regla. Entre ellas, que los hombres debían encargarse del trabajo material y las mujeres de la confección de ropa y de las funciones domésticas del monasterio.

Este tipo de organización doble se hizo popular más tarde en Oriente en la época del cenobismo cristiano, debido a la necesidad que tenían las monjas de tener cerca a los monjes para que celebraran los oficios divinos y distribuyeran los sacramentos.

Organización de los monasterios

San Pacomio fue un buen administrador. A medida que aumentaba el número de monjes, los dividía en grupos de veinte, bajo la dirección de un superior sujeto a él, que era asistido por un auxiliar. Cada grupo tenía su propio pabellón y debía residir bajo el mismo techo, realizando un determinado trabajo: sastres, curtidores, amanuenses, agricultores, etc. También debían cumplir con un programa en común.

San Juan Casiano (360-435), nacido en Escitia Menor (actual Rumanía), visitó los monasterios de san Pacomio y fundó después uno similar cerca de Marsella, en Francia. Así, la llamada Abadía de San Víctor fue uno de los primeros monasterios masculinos de la región; y el de San Salvador, el primero femenino. Ambos sirvieron más tarde como modelos para el desarrollo del periodo monástico occidental. Por ello, san Juan Casiano es considerado el fundador del monacato occidental.

Regla dictada por un ángel

Pacomio deseaba que sus monjes imitaran las austeridades de los ermitaños. Escribió una regla —de la cual se afirma que le fue dictada por un ángel— que fue traducida más tarde por san Jerónimo y todavía existe. Esta facilitaba las cosas a los menos competentes y que no llegaban al ascetismo extremo de los más capaces. Las comidas eran en común, pero se animaba a los que querían ausentarse de ellas a que lo hicieran, colocando en sus celdas pan, sal y agua.

Estos son algunos puntos de su regla:

* La admisión de los reclutas iba precedida de un examen, del que se encargaba el santo;

* El postulante debía pasar por un periodo de prueba, durante el cual tenía que aprender a leer y escribir (hay que tener en cuenta que la educación general era muy precaria en aquella época);

* El hábito religioso era uniforme para todos, inspirado en el de la gente sencilla del país;

* Todos los bienes fueron puestos en común;

* Ningún monje podía ser sacerdote; y si el candidato ya lo era, sería tratado como los demás hermanos;

* Las comidas se hacían en común, con días de ayuno prescritos;

* La oración era en común por la mañana y por la tarde. El Oficio Divino también era en común los domingos y los días de fiesta;

* Por último, y lo más importante: obediencia estricta a los superiores, especialmente a quienes regían el monasterio, siendo Pacomio la autoridad suprema.

Quiso regular la vida de la comunidad mediante la Escritura, de la que los monjes aprendían pasajes de memoria y los recitaban en voz baja durante el trabajo.

Aunque fue ampliado varias veces, el monasterio pronto resultó pequeño, y hubo que fundar un segundo en Pabau. Un monasterio en Kenobóskion se unió a la Orden, y antes de la muerte de Pacomio ya había nueve monasterios para hombres y dos para mujeres.

La Tebaida, Fra Angelico, c. 1420 – Témpera sobre madera, Museo de los Uffizi, Florencia

Milagros y santa muerte

Se puede decir que la vida monástica en Egipto nació con san Pacomio. No se trataba ya de un líder carismático que reunía a los ermitaños en pequeños grupos en torno de sí, sino de una comunidad de religiosos con reglas precisas de vida en común en la oración, la contemplación y el trabajo, a ejemplo de los Apóstoles.

San Pacomio fue agraciado por Dios con el don de milagros. Sin embargo, curaba diversas enfermedades o aflicciones con una condición: solo si era por el bien del alma. También fue favorecido con el don de la profecía.

El gran san Atanasio de Alejandría (296-373) quiso ordenarlo sacerdote, pero Pacomio decidió permanecer como laico por humildad.

Murió víctima de una plaga que asoló a Egipto. El lugar exacto de su entierro siempre ha sido desconocido, porque antes de su muerte había recomendado a sus discípulos más fieles que lo enterraran en un lugar secreto, para evitar la veneración de muchos de sus seguidores.

Hasta el siglo XII, la Orden de san Pacomio estaba formada por unos 500 monjes. Al igual que san Antonio el Grande, se le considera el instaurador de la vida monástica y eremítica, el patriarca de los cenobitas.



  




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