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Misión diplomática en Londres


La coronación del rey Jorge V, John Henry Frederick Bacon, 1911 Óleo sobre lienzo, Royal Collection, Palacio de Westminster

A propósito de un libro, reflexiones sobre el misterio inglés

Julio Loredo de Izcue

En la historia moderna, la Inglaterra protestante no ha salido bien parada. Todo lo contrario. Desde las sangrientas persecuciones contra los católicos en tiempos de Isabel I y Oliver Cromwell hasta la guerra global —mezcla de hazañas militares y de piratería— librada contra el imperio español. Desde el acoso a los clanes católicos en las Highlands hasta la Glorious Revolution de 1688, que excluyó a los católicos del trono, la Inglaterra protestante se ha comportado como un auténtico azote. No olvidemos que hasta 1829 los católicos estuvieron excluidos de los cargos públicos. Y que Irlanda tuvo que esperar hasta 1921 para recuperar su independencia y, por tanto, la libertad religiosa. La libreta de notas de la “pérfida Albión” es muy pesada, como lo son sus cuentas ante Dios.

Esto lleva a algunos a expresar un juicio hostil, absoluto e inapelable contra Gran Bretaña. Justificado en muchos aspectos, este juicio no tiene en cuenta, sin embargo, lo que un escritor llamó en cierta ocasión “the mystery of England” (el misterio de Inglaterra): la evidente predilección de la Divina Providencia por este pueblo al que, como a un hijo pródigo y descarriado, pero sin embargo amado, ha prometido repetidamente la conversión secundum magnam misericordiam tuam. Y aquí entramos en una lógica superior, precisamente la providencial, que no siempre coincide con el razonamiento mundano.

Inglaterra fue consagrada solemnemente a la Santísima Virgen por el rey Ricardo II en 1381, y tradicionalmente recibe el nombre de “Our Lady’s Dowry” (la dote de Nuestra Señora). Hasta la pseudorreforma, los monarcas ingleses peregrinaban al santuario nacional de Walsingham —“la Nazaret británica”— para renovar la consagración. A pesar de las vicisitudes de la historia, parece que la Madre de Dios no ha querido romper este vínculo.

El árbol inglés volverá a sus raíces católicas

Nuestra Señora de Walsingham, Patrona de Inglaterra. El reino le fue consagrado como dote en 1381.

“La extrema corrupción y la maldad de la nación inglesa han provocado la justa ira de Dios. Cuando la maldad haya llegado a su colmo, Dios, en su ira, enviará espíritus malignos al pueblo inglés que lo castigarán y afligirán con gran severidad, separando el árbol verde de su raíz por la longitud de tres estadios. Al final, sin embargo, el mismo árbol, por la compasión y la misericordia de Dios, y sin ninguna ayuda de las autoridades inglesas, volverá a sus raíces, florecerá de nuevo y dará abundantes frutos”.

Esto es lo que le fue revelado místicamente al rey san Eduardo el Confesor en enero de 1066, según el testimonio de san Aelredo, abad de Rievaulx, en Yorkshire. Es la primera de muchas profecías sobre la conversión de Inglaterra.

Más conocido es el sueño de santo Domingo Savio en el Oratorio de Valdocco en 1850, relatado por el propio Don Bosco, en el que vio a un Pontífice con una antorcha deslumbrante iluminando las llanuras de Inglaterra, hasta entonces cubiertas por la oscuridad: “A medida que él [el Papa] avanzaba, la oscuridad desaparecía gradualmente y la gente se inundaba de tanta luz que parecía que era mediodía”. También podemos mencionar la profecía del santo Cura de Ars que, en 1854, declaró tras un éxtasis: “Estoy seguro de que la Iglesia de Inglaterra recuperará su antiguo esplendor”.

Durante la aparición de La Salette, la Santísima Virgen predijo: “Una gran nación del norte de Europa, hoy protestante, se convertirá y, a su vez, llevará a la conversión a otras naciones del mundo”. Siempre se entendió que con ello la Madre de Dios se refería a Inglaterra.

San Pablo de la Cruz fue llamado por la Providencia a pasar sus últimos años en oración y penitencia por la conversión de Inglaterra. Un fruto de su dedicación fue la fundación de la Sociedad para la Conversión de Inglaterra, llevada a cabo por el sacerdote pasionista Ignacio Spencer.

En su famosa obra Interpretatio apocalypsis, el venerable Bartolomé Holzhauser escribió: “Después de que la desolación haya alcanzado su punto álgido en Inglaterra, se restablecerá la paz e Inglaterra volverá a la fe católica con mayor fervor que nunca”.

Por eso la Iglesia, al mismo tiempo que reiteraba su firme condena de las doctrinas protestantes y de las persecuciones contra los católicos inspiradas por ellas, ha mostrado siempre una paternal solicitud hacia el pueblo inglés. “Deseamos que la ilustre nación inglesa reciba de Nos un testimonio de Nuestra más afectuosa solicitud”. Con estas palabras León XIII abría su carta apostólica Amantissimae voluntatis, dirigida “a los ingleses que buscan el reino de Cristo en la unidad de la fe”. Esta ha sido, según el Papa, la actitud constante de la Iglesia: “Nuestro amor y solicitud hacia vosotros tienen ilustres precedentes en la actuación de Nuestros predecesores los Pontífices”. El Pontífice concluyó su carta con una oración por la conversión de Inglaterra.

El Movimiento de Oxford
trajo al seno de la Iglesia
a figuras de la talla de san
John Henry Newman (izq.)
y Henry Edward Manning
(der.), así como la formación
de una corriente favorable al
catolicismo en la Iglesia de
Inglaterra conocida como
Anglo-Catholic.
Fue un periodo de gran
efervescencia religiosa.

Un malestar latente

Sin entrar en un análisis que rebasaría con mucho el ámbito de este artículo, para quienes estudian las cosas al otro lado del Canal de la Mancha con cierta profundidad, es evidente que, en el fondo del alma inglesa, crepita un malestar latente, una especie de nostalgia profunda de la casa paterna, agudizada por un disimulado remordimiento. En varias ocasiones de la historia reciente, este sentimiento ha aflorado e, iluminado por la gracia divina, ha desencadenado oleadas de conversiones a la Iglesia católica que poco a poco se han transformado en avalanchas.

La primera oleada fue el llamado Movimiento de Oxford, que comenzó en la década de 1830. En busca de coherencia en la fe, un grupo de docentes vinculados a la célebre universidad comenzó a estudiar la Patrística y la historia de los Concilios, llegando así a la conclusión de que la única Iglesia verdadera es la Católica Romana. Se iniciaron así las conversiones, que trajeron al seno de la Iglesia a figuras de la talla de los cardenales John Henry Newman y Henry Edward Manning, y la formación de una corriente filo-católica en la Iglesia de Inglaterra conocida como Anglo-Catholic.

Fue un periodo de gran efervescencia religiosa. En 1829, la Catholic Emancipation Act restituyó a los católicos el acceso a los cargos públicos. En 1851, con el nombramiento del cardenal Nicholas Wiseman como arzobispo de Westminster, el beato Pío IX reconstituyó la jerarquía católica en Inglaterra. En 1871, la Universities Test Act readmitió a los católicos en las universidades.

En los años veinte del pasado siglo, a petición de muchos obispos anglicanos, se iniciaron las Conversaciones de Malinas, conocidas en círculos británicos como Anglican-Roman Catholic Dialogue, para buscar un entendimiento. Del lado británico, participó Lord Halifax. Esto dio origen en 1967 a la Anglican-Roman Catholic International Commission.

El sentimiento favorable al catolicismo era entonces tan fuerte que, en 1971, una Carta Abierta firmada por cincuenta y siete eminentes figuras de la vida cultural inglesa pedía al Papa que permitiera la misa en el antiguo rito romano, rechazando así el Novus Ordo. Paulo VI accedió a la petición. Fue el llamado “Indulto de Agatha Christie”, que lleva el nombre de la famosa escritora, quien firmó la petición.

Fotografía oficial de la Misión Pontificia. De pie, de izquierda a derecha: conde Francesco Bezzi Scali, guardia noble; capitán Forbes, agregado militar inglés; conde Stanislao Medolago Albani, camarero secreto de Su Santidad. Sentados: Mons. Eugenio Pacelli, subsecretario de la Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios; Mons. Gennaro Granito Pignatelli di Belmonte (príncipe napolitano), invitado especial y jefe de la delegación pontificia

Más recientemente, la profunda crisis de la Iglesia de Inglaterra, tras la aceptación de los homosexuales y el nombramiento de mujeres para cargos eclesiásticos, está empujando a un número creciente de anglicanos, entre ellos numerosos obispos y vicarios, hacia la conversión. Incluso el arzobispo de Londres y el confesor de la reina Isabel se han convertido. Para acogerlos, Benedicto XVI escribió el 2009 la constitución apostólica Anglicanorum coetibus, “sobre la institución de Ordinariatos personales para los anglicanos que entran en la plena comunión con la Iglesia católica”.

Es bien sabido que hay miles de anglicanos dispuestos a dar el paso, pero se ven disuadidos por el caos reinante en la propia Iglesia católica. Temen saltar de la sartén al fuego. Los analistas coinciden en que si la situación en la Iglesia fuera normal, la avalancha de conversiones sería imparable.

Misión en Londres

En este contexto, adquieren pleno significado varios pasajes de un libro publicado a fines del 2022 por D’Ettoris Editori: Missione a Londra. Diario di un Cameriere segreto del Papa, Stanislao Medolago Albani (Misión diplomática en Londres. Diario de un Camarero secreto del Papa). La obra recoge la densa correspondencia del conde Stanislao Medolago Albani, editada por Luisa Maddalena Medolago Albani, su bisnieta.

En 1911, por primera vez desde la Reforma protestante, la Santa Sede (durante el pontificado de san Pío X) envió una Misión Pontificia a Londres para asistir a la coronación del rey Jorge V de Inglaterra. La misión estaba compuesta por Mons. Gennaro Granito di Belmonte, Mons. Eugenio Pacelli (futuro Pío XII), el conde Stanislao Medolago Albani y el conde Francesco Bezzi. “Después de casi cuatro siglos, nos encontramos ante un hecho de importancia histórica”, comenta la editora.

El Papa san Pío X quiso por todos los medios favorecer el clima favorable al catolicismo que se estaba creando en Gran Bretaña, e instó a los católicos en esta dirección. La misión, escribió el padre Emanuele Riva al conde Medolago en 1911, “demuestra aún cuál es el camino que el Santo Padre quiere que sigan los católicos”.

Esta actitud conciliadora por parte del Vaticano, fruto de las negociaciones diplomáticas llevadas a cabo por el Secretario de Estado cardenal Rafael Merry del Val (vástago de familias españolas e inglesas), fue a su vez saludada con muestras de exquisita cortesía por la Corte de Saint James, testimonio del gran interés de la corona británica por mantener buenas relaciones con la Iglesia católica. Un interés sin duda dictado por cálculos políticos, por otra parte legítimos, pero también para presentarse bajo una luz favorable ante el creciente movimiento favorable al catolicismo en el Reino Unido. La corte multiplicó sus gestos de benevolencia hacia los enviados de san Pío X.

Algunos pasajes del libro

Arribo a la estación Victoria. La Misión Pontificia fue recibida en la estación Victoria nada menos que por S.A.R. el duque de Connaught, hermano del rey. La misión fue trasladada en carruajes de la corte al palacio del duque de Norfolk, principal aristócrata de fe católica. Una vez más, fue el duque de Connaught quien acompañó a la misión papal a la estación para el viaje de regreso.

Audiencia con los soberanos y cambio en el juramento. Al día siguiente, la misión fue trasladada en carruaje al palacio de Buckingham para la audiencia real. Detalle importante: la Misión Pontificia fue la primera en ser presentada a los soberanos. Stanislao escribe: “Monseñor di Belmonte pronunció un breve discurso de circunstancias, mencionando la satisfacción que sentía el Santo Padre por el cambio introducido en el juramento”. Se refería al juramento de coronación, del que, para satisfacer al Vaticano, se había suprimido la parte en la que el soberano se comprometía a oponerse al dogma católico.

El duque de Connaught, hermano del rey Jorge V, responsable de acompañar a la Misión Pontificia

Ruptura del protocolo. Aquella noche, en el banquete real, los soberanos rompieron el protocolo para encontrarse con Mons. di Belmonte, con quien mantuvieron una larga conversación: “La propia reina fue a buscar a monseñor di Belmonte, a quien pronto se unió el rey. La pareja real conversó un poco con el delegado del Papa, y el rey expresó que era su ferviente deseo que los muchos millones de católicos súbditos suyos fueran felices”.

A la derecha del príncipe. Al día siguiente, en la cena ofrecida por el duque de Connaught a las principales delegaciones, Mons. di Belmonte está sentado a la derecha de Su Alteza Real, pasando asimismo por delante de los Príncipes Reales. Stanislao comenta: “Aquí se aprecia una consideración especial hacia el enviado de la Santa Sede”.

La coronación. La Misión Pontificia no podía asistir a la ceremonia de coronación, por tratarse de un rito protestante que se celebraba en el interior de la abadía de Westminster. Por lo tanto, se instaló una tribuna especial delante de la abadía. Al pasar en su carruaje, el rey hizo un gesto amistoso a Mons. di Belmonte. Dos días más tarde, en un contacto privado, el propio Jorge V reiteró que había querido distinguir al legado papal, como para compensarle por no haber asistido a la ceremonia propiamente dicha.

Garden Party. No podía faltar la fiesta en el jardín del palacio de Buckingham, al que asistieron los soberanos y 85 miembros de la familia real. Y también aquí el rey distinguió a la Misión Pontificia: “En cuanto [los soberanos] vieron a monseñor di Belmonte, se acercaron a él y pasaron un rato conversando con él, cosa que no hicieron, que yo sepa, con ningún otro”.

Solemne Pontifical. Antes de partir, Mons. di Belmonte celebró un solemne Pontifical, seguido de un Te Deum. Asistieron numerosos aristócratas, y no solo católicos. Había incluso algunos miembros del gobierno de uniforme.

*       *       *

Volvamos a la actualidad. Es bien sabido que los ingleses son muy apegados a las tradiciones y las ceremonias. Lo mismo ocurre en el ámbito litúrgico. La liturgia anglicana, aunque privada de carácter sacramental, tiende a ser muy bella y solemne. Por eso, los anglocatólicos se sienten atraídos hacia Roma sobre todo por el Vetus Ordo y los antiguos modos eclesiásticos, más que por los modernos surgidos tras el Concilio Vaticano II. Un apostolado bajo la insignia de la Tradición podría dar muchos frutos. ¿Por qué persistimos, hoy, en tomar el camino opuesto? 

Oración a la Santísima Virgen por nuestros hermanos ingleses

Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, Reina y Madre nuestra dulcísima, volved vuestros ojos piadosos a Inglaterra, pueblo de vuestra propiedad. Volvedlos a todos nosotros, que confiamos vivamente en Vos. Por Vos nos fue dado Cristo, Salvador del mundo, fundamento de nuestra esperanza, y Vos misma nos fuisteis entregada por Él para acrecentar esta esperanza. Ea, pues, oh Madre dolorosísima, rogad por nosotros, pues nos acogisteis como hijos al pie de la Cruz del Señor; interceded por nuestros hermanos separados para que, con nosotros, se congreguen en el único redil verdadero junto al supremo Pastor, el Vicario de vuestro Hijo en la tierra. Rogad por nos, oh piadosísima Madre, para que por nuestras buenas obras merezcamos contemplar y alabar eternamente con Vos al Señor en la patria celestial. Así sea. (Compuesta por el Papa León XIII)