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«Tesoros de la Fe» Nº 163 > Tema “Vírgenes”

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Santa Verónica Giuliani

¡He encontrado el Amor, el Amor se ha dejado ver!”

Gran mística, participó de los sufrimientos de Nuestro Señor en la Pasión, habiendo sido impresos en su cuerpo los cinco estigmas de Cristo

Plinio María Solimeo

La vida extraordinaria de Santa Verónica Giuliani nos da un ejemplo del cuidado con el cual la Santa Madre Iglesia procede al tratar fenómenos místicos y con aquellos que los reciben. Sus experiencias místicas y las gracias sobrenaturales que recibió, figuran en el diario que por obediencia ella escribió a su confesor y en los datos biográficos por éste compilados después de la muerte de su dirigida.

Verónica nació el día 27 de diciembre de 1660 en Mercatello, pequeña ciudad del ducado de Urbino, en los antiguos Estados Pontificios, hoy territorio de Italia. Su padre fue Francesco Giuliani y su madre, Benedetta Mancini, dama de singular piedad. Sétima hija del matrimonio, Verónica recibió en el bautismo el nombre de Úrsula.

Cuando Benedetta esperaba por ella, fue colmada con gracias de salud, piedad, paz y confianza en Dios, que presagiaban el futuro excepcional destinado a la niña. En efecto, en los anteriores partos Benedetta siempre se había sentido débil, sin fuerzas y lánguida. En este, todo lo contrario.

Con un año y medio Úrsula pronunció sus primeras palabras. Fue llevada por su empleada a una tienda, cuando al ver que el vendedor robaba en el peso de la mercadería, le dijo con voz fuerte y clara: “Sea justo, Dios le ve” 1.

A los tres años de edad, Úrsula ya se comunicaba familiarmente con Jesús y María. Colocaba su almuerzo en un pequeño altar delante de una imagen de la Santísima Virgen, y invitaba al Infante Jesús a participar de él. Complacida con aquella inocencia y simplicidad, Nuestra Señora animaba su imagen, y el Niño Jesús bajaba a sus brazos para tomar el alimento con su pequeña sierva.

Al morir prematuramente, Benedetta legó a sus cinco hijas, como testamento espiritual, las cinco llagas de Nuestro Señor. A Úrsula le tocó en suerte la llaga del costado. Aunque ella apenas tenía cuatro años de edad, esa llaga sería objeto especial de su devoción y fuente de gracias y virtudes.

Cuarto en que nació Santa Verónica en la casa de sus padres en Mercatello, hoy transformado en capilla

Imperfecciones de carácter

Cuando su madre falleció, Úrsula pasó a los cuidados de un tío. La niña era extremamente caritativa con los pobres, dándoles hasta parte de su vestuario cuando no tenía otra cosa. Una vez entregó sus zapatos a una pequeña mendiga, y los vio después, agrandados, en los pies de la Santísima Virgen.

A los dieciséis años, se manifestó en ella una imperfección de carácter que debía ser corregida. En su excesivo celo, reprendía y hasta maltrataba a quien viera cometiendo alguna falta. Así, le dio una bofetada a una criada porque le pareció que hacía algo malo. Cuando las personas no querían participar de sus prácticas religiosas, ella tomaba un aire dictatorial. Nuestro Señor le mostró entonces que su corazón parecía hecho de acero. Úrsula también se acusa en sus escritos de haber tenido una mala complacencia con el tenor de vida más elevado que pasó a tener cuando su padre, nombrado superintendente de hacienda en Piacenza, llevó consigo a sus hijas.

Francesco Giuliani soñaba con un buen partido para su hija menor. Los pretendientes no faltaban. Pero hacía mucho tiempo que Úrsula había decidido entregarse por completo a Dios. Después de muchas insistencias, obtuvo el permiso de su padre y entró en el convento de las monjas capuchinas de Città di Castello, donde fue recibida con el nombre de Verónica. Tenía diecisiete años.

En la ceremonia de recepción, presidida por el obispo, este le dijo a la abadesa del convento: “Le encomiendo esta nueva hija a su especial cuidado, porque ella será un día una gran santa”. ¡Nunca fue tan gran profeta!

Estatua de la santa en el Monasterio de Clarisas Capuchinas de la ciudad de Mercatello, donde nació

Modelo de obediencia y humildad

El noviciado de la hermana Verónica fue muy difícil debido a los esfuerzos del demonio para desanimarla. Las paredes del convento le parecían muy austeras, del mismo modo que los rostros de las monjas. Ninguna de ellas atraía su simpatía. Pero ella venció todas esas repugnancias, haciendo su profesión religiosa al año siguiente.

En aquellos buenos tiempos, en casi todos los conventos, la novicia era designada para los quehaceres más modestos, a fin de practicar las virtudes de la obediencia y de la humildad. Así ocurrió con Verónica. Fue sucesivamente despensera, cocinera, enfermera, tornera y sacristana, trabajando siempre con espíritu sobrenatural y unida a la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo. De tal manera ella conquistó a las demás religiosas, que fue después escogida para la delicada función de maestra de novicias. Durante los veintidós años en que ejerció ese cargo, Verónica formó a muchas religiosas que llegaron a altos grados de perfección. Fue entonces escogida como abadesa, cargo que ejerció durante los últimos once años de su vida.

La Inquisición entra en escena

Desde la época del noviciado, la unión de Verónica con la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo crecía cada día. De tal modo, comenzó a participar de la Pasión, que se llamaba a sí misma “Hija de la Cruz”. Ella describe la experiencia mística que tuvo en aquel tiempo: “Me pareció ver a Nuestro Señor que llevaba la Cruz sobre los hombros, y me invitaba a compartir con Él su preciosa carga. Experimenté un ardiente deseo de sufrir, y parecía que el Señor plantaba su cruz en mi corazón y que así me hacía comprender el precio de sus sufrimientos” 2.

Los sufrimientos fueron terribles. Dolorosas y interminables enfermedades, tentaciones violentas, arideces y desolaciones interiores. Santa Verónica afirmó entonces que la cruz y los instrumentos de la Pasión de Cristo le fueron impresos de manera sensible en su corazón. Y dibujó sobre un papel en forma de corazón, el lugar en que estaba cada uno. Después de su muerte, en presencia del obispo, del gobernador de la ciudad, de dos médicos cirujanos y de siete otros testigos dignos de fe, abrieron su corazón, y se constató con estupor que allí estaban dibujados los símbolos de la Pasión tal y cual ella lo había señalado.

Un día Verónica le pidió a Nuestro Señor compartir su corona de espinas. El Divino Maestro la colocó en su cabeza. Verónica sintió un dolor tan inaudito, como jamás lo había sentido. Y aquella corona permaneció en su cabeza hasta el fin de su vida. Al intervenir en el caso, los médicos aumentaron aún más sus padecimientos, aplicando un bastón de fuego en su cabeza y perforándole la piel del cuello con una aguja incandescente. Al no conseguir nada, se vieron forzados a reconocer que aquella “enfermedad” les era desconocida.

Verónica recibió también los estigmas, que eran visibles a las otras hermanas. Su confesor quedó asustado. Tantos fenómenos místicos lo desorientaban. Fue a hablar con el obispo. Este consultó entonces al Santo Oficio, que le encargó de poner a prueba la obediencia, la humildad y la resignación de Verónica, pues estas virtudes constituyen la base de toda santidad.

Diario manuscrito de Santa Verónica

Comenzaron por destituirla del cargo de maestra de novicias. Asimismo, fue separada de la comunidad y encerrada en un cuarto en la enfermería con la prohibición de ir al coro, excepto los días de precepto para oír misa. No podía ir al locutorio ni escribir cartas, a no ser para sus hermanas que también eran religiosas. Peor aún, fue designada una hermana conversa para dirigirla, con orden de tratarla con toda severidad. Y lo que más la hizo sufrir: le prohibieron recibir la Sagrada Comunión.

Se puede decir que en el caso de Verónica Giuliani todas las precauciones inspiradas por la prudencia humana para conocer la verdad fueron entonces empleadas por el obispo de Città di Castello orientado por el Santo Oficio.

Después de un período de prueba, el obispo, Mons. Lucas Antonio Eustachi, escribió al Santo Oficio, en una carta fechada el 26 de setiembre de 1697: “La hermana Verónica continúa practicando la santa obediencia, profunda humildad y abstinencia sorprendentes, sin dar la menor señal de tristeza. Antes, al contrario, aparece con una paz y una tranquilidad inalterables. Es objeto de admiración de sus compañeras, las cuales, incapaces de ocultar la grata impresión que les produce, hablan de ello a las gentes. A pesar de que a las que más hablan las conmino con penitencias para que no alimenten la curiosidad del pueblo, que en sus conversaciones no trata de otra cosa, me cuesta gran trabajo lograr moderación”. 3

Una mística dotada de gran sentido práctico

Santa Verónica tenía una caridad ardiente por la conversión de los pecadores y la liberación de las almas del purgatorio. Le fue revelado que, por sus penitencias y oraciones, ella convirtió al buen camino a innumerables pecadores y liberó a muchas almas de las llamas del Purgatorio, las cuales se le aparecían para agradecer su caridad.

Habiendo pasado por todas esas pruebas, Santa Verónica fue elegida abadesa del monasterio en 1716, dando comienzo a una época de gran prosperidad en el mismo. Pues, a pesar de ser una persona marcadamente mística y espiritual, Santa Verónica poseía un sentido práctico muy desarrollado, a ejemplo de otra gran mística, Santa Teresa de Ávila. Mandó instalar una red de cañerías para que el convento tuviera agua corriente, construyó un gran dormitorio y una capilla interior, y procuró para la comunidad todas las comodidades compatibles con el espíritu de su Regla.

Santa Verónica Giuliani falleció el 9 de julio de 1727, a los 67 años de edad. 

Cuerpo de Santa Verónica Giuliani expuesto en la iglesia del Monasterio de Capuchinas en Città di Castello

Notas.-

1. P. Cuthbert, Saint Veronica Giuliani, in The Catholic Encyclopedia, CD Rom edition.

2. Edelvives, El santo de cada día, Editorial Luis Vives, Zaragoza, 1948, t. IV, p. 94.

3. Les Petits Bollandistes, Vies des Saints, Bloud et Barral, Libraires-Éditeurs, París, 1882, t. VIII, p. 223.



  




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