El Perú necesita de Fátima Visteis el infierno, a donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón.
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«Tesoros de la Fe» Nº 28 > Tema “Cuaresma y Semana Santa”

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Una oportuna aplicación para el hombre moderno

El significado profundo de la Semana Santa

 

Por ocasión de la Semana Santa de 1989, un grupo de jóvenes le pidieron al Dr. Plinio Corrêa de Oliveira que hiciera algunos comentarios sobre la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo. El insigne fundador de la TFP brasileña e inspirador de la campaña «El Perú necesita de Fátima» pronunció entonces las substanciosas consideraciones que trascribimos en este artículo, las mismas que podrán servir el día de hoy de oportuna y provechosa reflexión para nuestros lectores.

 

Plinio Corrêa de Oliveira

 

La Iglesia es el Cuerpo Místico de Cristo. Nuestro Señor Jesucristo es la Cabeza de ese Cuerpo Místico. La Iglesia, fundada por Él, constituye una sociedad jerárquica en la cual San Pedro es el Jefe y los Obispos son los Príncipes locales. El Papa es el Monarca de la Iglesia, que tiene autoridad sobre los Obispos y sus súbditos.

La Lamentación de Cristo, Fray Angélico, 1436 — Museo de San Marcos, Florencia

 

Un punto muy importante de la doctrina católica es el siguiente: el Sumo Pontífice ejerce una autoridad completa tanto sobre los Obispos como sobre cada fiel. No corresponde a la verdad imaginar que el Papa mande a los Obispos, y por medio de ellos, a los fieles. La autoridad del Papa es directa sobre todos los fieles.

Si la autoridad del Pontífice fuese indirecta, en el caso que diese una orden y el Obispo la rechazase, los fieles no estarían obligados a acatar la orden del Papa.

Cuando el Sumo Pontífice da una orden, el Obispo debe ejecutarla. Si él no lo hiciese, el fiel debería acatarla de todas maneras, sabiendo que es el Papa quien lo ordena. La autoridad del Papa es, por lo tanto, directa sobre los Obispos y sobre cada fiel.

Ésta es la estructura jurídica de la Iglesia. Pero, más allá de su estructura jurídica y constituyendo un todo con Ella, existe el Cuerpo Místico de Cristo.

El Cuerpo Místico de Cristo y la Redención

Nuestro Señor Jesucristo murió en la Cruz, y el sacrificio que ofreció de su vida constituye un tesoro de gracias infinito, que es incalculable. Y que está destinado a todos los fieles, de todos los tiempos, de todos los lugares, hasta el fin del mundo.

Por lo tanto, esas gracias se destinan para la salvación de todos los fieles. Más aún, sirven también para atraer hacia la Iglesia a aquellos que no pertenecen al gremio de Ella –es decir herejes, cismáticos, judíos, mahometanos, etc.– en virtud de las gracias que Nuestro Señor Jesucristo alcanzó en lo alto de la Cruz.

Él es el Redentor. La Santísima Virgen es la Corredentora. Por sus lágrimas, Ella concurrió para redimir al género humano. Y porque quiso darle esa función nobilísima, Él deseó que las lágrimas de su Santa Madre fuesen también tomadas en consideración por el Padre Eterno, para redimir al género humano y hacer parte del tesoro de la Iglesia.

Pero también fue voluntad del Redentor que nuestros sufrimientos individuales, soportados por amor a Él, integrasen el tesoro de la Iglesia. Constatamos entonces, que es por esa razón que los santos sufren inmensamente. Es porque ellos, con su padecimiento, igualmente representan algo para el tesoro de la Iglesia.

Simbolismo sublime de la gota de agua

Esto es simbolizado de un modo muy hermoso en la Misa. Cuando llega el momento del Ofertorio, el sacerdote coloca una gota de agua en el vino que será transubstanciado. El agua no puede ser consagrada, porque Nuestro Señor Jesucristo estableció que la Consagración fuese hecha sólo con pan y vino. Si se quisiera consagrar sólo el agua, no se opera la transubstanciación. Pero aquella agua diluida en el vino forma un solo líquido con éste, y a la hora de la Consagración ella es consagrada también.

De manera que aquella gota de agua, incapaz de por sí sola ser transubstanciada en el Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, lo es a pesar de todo por hallarse diluida en el vino. Es el símbolo del sacrificio de los fieles.

Nuestro sacrificio por sí solo no vale nada, pero unido al de Cristo Nuestro Señor y a las lágrimas de María Santísima, pasa a valer algo. Es el símbolo que nos anima a sufrir en nuestras luchas, persecuciones, trabajos, incomprensiones y dificultades. Sufrimos y seguimos adelante.

Nuestro sacrificio aumenta, simbólicamente, la gota de agua. Es decir, aumenta la contribución que Nuestro Señor Jesucristo quiso que fuese también indispensable para la salvación de los hombres. Él podría habernos dispensado de esto, pero fue su deseo darnos la gloria de asociarnos al tesoro de la Santa Iglesia.

Así, cuando nos abrace el sufrimiento, recordemos: tal padecimiento es la gota de agua. Pero ella ciertamente será juntada a los sufrimientos indecibles de Cristo y a los sufrimientos preciosísimos de María, para redimir a todo el género humano.

Por eso, no conozco quién pueda hacer algo mejor por la Iglesia, que sufrir por Ella. Bajo este punto de vista, existen algunos que rezan y otros que trabajan, pero para sufrir... todo el mundo siente miedo y casi nadie desea padecer.

Si la Santísima Virgen nos envía un sufrimiento, debemos aceptarlo contentos. Sufriendo, seremos más útiles a la Iglesia de que si profiriésemos un lindo discurso, montásemos una gran asociación o realizásemos cualquier otra cosa.

 

Tesoro de la Iglesia: “Banco de lo sobrenatural”

El conjunto de ese tesoro de la Iglesia es la conjunción de las almas que sufren. Nuestro Señor Jesucristo, en el Santo Sacrificio de la Misa, renueva siempre su Pasión de modo incruento –no derrama más sangre–, pero verdaderamente la renueva. Y nosotros, en último análisis, bien abajo, también en algo aumentamos ese tesoro, formando el conjunto una especie de Banco de lo sobrenatural.

Pero Nuestro Señor Jesucristo es tan superior a todo el resto, que Él es la Cabeza de ese tesoro. Y los demás constituimos el cuerpo de ese tesoro.

Nuestro Señor es el Hombre-Dios. Y como Dios, para Él no hay presente, ni pasado, ni futuro. Todo es simultáneo. Presente, pasado y futuro son propios a nosotros, ligados a un cuerpo material. El Divino Redentor, por lo tanto, vio todo cuanto habría de pecado hasta el fin del mundo, y sufrió a causa de esos pecados. Conoció a cada hombre, a cada alma. Y durante su Pasión rezó por cada hombre que habría de existir, por cada alma, hasta el fin del mundo. Y hasta rezó por las almas que después rehusaron la gracia y fueron precipitadas al infierno.

Esta actitud supone una extraordinaria generosidad.

Los días de la Semana Santa y su significación

El Miércoles Santo se inicia propiamente la parte más densa de la Semana Santa, en que se conmemora la Pasión de Nuestro Señor. Se rezaba en la Iglesia el Oficio de Tinieblas. Se trata del Oficio que canta las tinieblas que van cubriendo el mundo, porque Nuestro Señor está siendo perseguido.

El Jueves Santo

Después, el Jueves Santo se celebra la Misa en que se conmemora la institución de la Sagrada Eucaristía. Terminado el Santo Sacrificio, el sacerdote conduce el Santísimo Sacramento hasta una bonita caja, de madera dorada, llamada Monumento.

Como Nuestro Señor, después de la Última Cena, sufrió la Pasión y murió, después de la Misa que celebra la Cena, en las iglesias no se tocan más campanas. Se realiza la ceremonia consonante al desvestido de los altares, en que el celebrante va de altar en altar, retira las flores, los jarrones, apaga las velas. Los altares quedan desnudos de todos los ornamentos, como si el culto hubiese cesado, porque Nuestro Señor está muerto, yaciendo en aquella caja dorada, el Monumento. Todas las señales de alegría en la Iglesia cesan.

El Viernes Santo

El Viernes Santo se conmemora la muerte de Nuestro Señor. Es el día en que se venera solemnemente la Cruz. Los sacerdotes colocan junto al altar una gran cruz. Y los fieles, cantando himnos de dolor, van uno a uno, a besar las llagas, las manos y los pies del Redentor. Besan también la llaga del costado, perforada por la lanza de Longinos.

Cuando llega el Obispo, todo se detiene. Entra con paramentos purpúreos, con una capa púrpura, descalzo en señal de penitencia, y atraviesa la iglesia. Llega hasta el crucifijo y lo besa también. Después se retira al interior del templo. Y todo queda en silencio, inmóvil.

El Sábado Santo o de Aleluya

El Sábado de Gloria, la Iglesia ya inicia las ceremonias con las alegrías de la Resurrección. Al medio día comienzan a repicar las campanas ¡para anunciar a Cristo resucitado!

En algunos lugares hay aún la costumbre de hacer unos muñecos grotescos, que llaman Judas. Esa era la ocasión de quemar al Judas, el traidor, mientras todas las campanas de las iglesias tocan sin parar ¡en conmemoración de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo!

El Domingo de Pascua, la Iglesia se muestra toda florida y victoriosa. Cristo resucitó, se celebra la Misa de Pascua.

La Negación de San Pedro, anónimo — Museo Jijón, Quito

 

Significado de la Semana Santa aplicado a nuestra época

El Miércoles Santo debemos amar a la Iglesia como padeciente en los días de hoy. Y apliquemos a nuestros días las tinieblas que van dominando al mundo. La oscuridad del pecado, del desorden, de la abominación que va cubriendo la Tierra, en todos los sentidos, son tinieblas.

El Jueves Santo conmemoremos la resistencia que Nuestro Señor opuso a todas esas tinieblas. Él instituyó la Sagrada Eucaristía para estar con nosotros en todas las ocasiones. Debemos comulgar con especial devoción y también lamentar su próxima muerte. Pero llorar como pecadores, pues sabemos que lo ofendimos en el pasado, y debemos llorar nuestros pecados la vida entera.

San Pedro, por ejemplo, por haber negado a Nuestro Señor, lloró el resto de su existencia. Según la tradición, cuando murió (fue crucificado de cabeza abajo por los romanos) tenía dos surcos en el rostro, por donde le corrieron las lágrimas durante su vida.

A nosotros nos cabe también labrar en nuestra alma dos surcos: el de la tristeza de los pecados que cometimos y el del pesar por los pecados que otros practican. Con todo, no debe ser esa una tristeza apenas llorona, ¡sino tristeza de varón, como la de San Pedro! En otras palabras, ¡la indignación contra nuestros pecados!

De nada sirve irritarme con el pecado de otros y no indignarme con el mío. Primero es con el mío, pues quien pecó fui yo. Fui yo el autor de mi pecado. “Quia peccavi nimis cogitatione, verbo et opere” – se dice en el Confiteor. ¡Porque pequé muchísimo de pensamiento, palabra y obra, por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa!

Así, la idea de los propios pecados y de los pecados de los otros debe entrañarse en nuestras almas, especialmente en estos días benditos de Semana Santa.     

 


* Conferencia pronunciada el 19 de marzo de 1989. Sin revisión del autor.



  




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