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«Tesoros de la Fe» Nº 243

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Nuestra Señora de la Cabeza Inclinada

Este curioso título le fue conferido a un milagroso cuadro de la Santísima Virgen expuesto en una iglesia de la capital austriaca, el cual ha sido objeto de una arraigada devoción popular

Carlos Eduardo Schaffer

“Unsere Liebe Frau mit dem Geneigten Haupt!” (Nuestra Señora de la Cabeza Inclinada). Así es conocida en toda Austria la milagrosa imagen encontrada en Roma (1610) por el venerable carmelita descalzo fray Domingo de Jesús María entre los escombros de una casa abandonada. La adquirió para su Orden —de la que más tarde fue superior general (1617-1620)— y desde hace más de 200 años que se venera en la iglesia de los carmelitas, en el barrio vienés de Döbling.

A raíz del hallazgo del cuadro, el religioso lo condujo a su celda, lo limpió y pasó a ser objeto de su veneración. En una ocasión, al arrodillarse ante él para pedirle un favor a la Virgen, se dio cuenta de que aún tenía restos de polvo. Lo limpió inmediatamente con un paño, diciendo para sí mismo: “¡Oh, Virgen pura! No hay nada en el mundo que sea digno de tocar tu rostro para limpiarlo. Pero como no tengo nada mejor que este paño, acepta mi buena voluntad”.

“A todos los que me veneren con devoción ante este cuadro y busquen refugio en mí, atenderé sus peticiones y les concederé muchas gracias; pero escucharé especialmente a los que pidan consuelo y salvación para las almas del purgatorio”

El primer milagro

Entonces vio que la cabeza de la imagen, antes erguida, se inclinaba en señal de gratitud por ese acto de amor para quedarse en esa posición. Al mismo tiempo, escuchó las siguientes palabras de María: “No temas, hijo mío, porque tu intención fue bien recibida, y como recompensa por el amor que tienes a mi Hijo y a mí, pide una gracia”.

Inmediatamente fray Domingo pidió que un benefactor fallecido fuera liberado del purgatorio. María prometió atender su petición, siempre que se celebraran unas cuantas misas más por esa alma. Después de algunos días, la Madre de Dios se le apareció con el alma redimida.

El religioso pidió también a la Virgen María que todos los que venerasen con devoción la imagen fueran atendidos con misericordia. La Santísima Virgen le respondió: “A todos los que me veneren con devoción ante este cuadro y busquen refugio en mí, atenderé sus peticiones y les concederé muchas gracias; pero escucharé especialmente a los que pidan consuelo y salvación para las almas del purgatorio”.

Esta impresionante promesa le fue hecha en Roma en 1610. En seguida colocó el cuadro para la veneración pública en la iglesia de su convento, el de Santa Maria della Scala.

Iglesia y convento de los carmelitas en Döbling (Viena), donde se venera el milagroso cuadro

El cuadro llega a Viena

Al ser nombrado en 1629 consejero de Fernando II, emperador del Sacro Imperio, fray Domingo se instaló en Viena, donde murió el 16 de febrero de 1630. Enterrado en la iglesia carmelita de Leopoldstadt, cerca del centro de la ciudad, su cuerpo fue trasladado al monasterio carmelita de Döbling, un barrio más alejado.

Fray Domingo le narró al emperador la historia del cuadro y los milagros realizados por la intercesión de Nuestra Señora de la Cabeza Inclinada, como a partir de entonces fue conocida la devoción. El soberano pidió a la Orden del Carmen —de la que era un gran benefactor— que enviara el cuadro a Viena, lo que efectivamente se concretó un año después de la muerte del religioso. A partir de entonces comenzó a ser venerado en la capilla del Hofburg, el palacio imperial, y tanto Fernando II como su piadosa esposa, la emperatriz Leonor (Eleonora) Gonzaga, le profesaron la más profunda y tierna devoción.

Fray Domingo de Jesús María, detalle del cuadro de Antonin Stevens (1641), en el altar mayor de la iglesia de Nuestra Señora de las Victorias en Praga.

En una nueva manifestación milagrosa, la Santísima Virgen le prometió al emperador: “Yo siempre protegeré a la Casa de Austria con mi intercesión ante Dios y la exaltaré en su poder mientras permanezca piadosa y me sea devota”. Algunos historiadores sostienen que esta revelación fue hecha por la Madre de Dios al emperador cuando éste consagró la Casa de Austria y su imperio a la Inmaculada Concepción, en cuyo honor mandó erigir un gran monumento, que aún hoy puede verse en la plaza Am Hof de la capital austriaca.

A raíz de la muerte de la emperatriz Eleonora en 1655, el cuadro fue llevado a la iglesia de los carmelitas en Leopolstadt, donde permaneció hasta 1901. Después se trasladó al nuevo convento de la Orden en Döbling, donde se encuentra actualmente. Esta devoción acompañó y reconfortó a la emperatriz Zita (1892-1989) en todos sus viajes y etapas de su vida.

Durante las dos guerras mundiales, esta devoción fue de enorme estímulo para los austriacos. El pueblo acudía constantemente y en gran número al Santuario de Döbling. En tres ocasiones, en el transcurso de la Primera Guerra Mundial, la imagen fue llevada en procesión por unos 50.000 fieles hasta la catedral de San Esteban.

Fray Domingo de Jesús María

Nacido en España el 16 de mayo de 1559 y bautizado con el nombre de Domingo Ruzzola, ingresó a temprana edad en la Orden de los Carmelitas Descalzos, recientemente reformada por la gran santa Teresa de Ávila. Dotado de dones proféticos, curó a enfermos e incluso resucitó a muertos. Favorecido por el discernimiento de los espíritus, leía las conciencias. Los Papas Clemente VIII, Paulo V, Gregorio XV y Urbano VIII lo convocaron a consistorios y le consultaban a menudo sobre importantes problemas de la Iglesia.

En 1620, en Bohemia, durante la Guerra de los Treinta Años, el venerable fray Domingo desempeñó, junto con Maximiliano, duque de Baviera, el conde Carlos Buenaventura de Longueval y el conde de Bucquoy, un papel similar al del célebre fraile Marco d’Avino en el sitio de Viena en 1683: coligó a las fuerzas católicas y asistió a los soldados en sus necesidades, inspirándoles las virtudes cristianas y el valor en la batalla. También contribuyó notablemente a la importante victoria de la Liga Católica en la batalla de Weissen Berg, cerca de Praga, y previó la muerte de Gustavo Adolfo II, el rey de Suecia que asoló Europa de 1630 a 1632, infligiendo grandes reveses a los católicos y tratando a los vencidos con extrema crueldad.

En la céntrica plaza Am Hof de Viena destaca la columna a María Inmaculada, erigida para conmemorar el rescate de la ciudad del ejército sueco en 1645, hacia el final de la Guerra de los Treinta Años.



  




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