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Conservar la paz en las dificultades Después de transcribir algunas consideraciones de San Francisco de Sales* sobre el temor de Dios relacionado con la esperanza, continuamos con algunos pensamientos consoladores para los momentos de prueba. Si cometemos alguna imperfección o pecado, nos espantamos, confundimos e impacientamos. He ahí la fuente de nuestras inquietudes: sólo queremos consolaciones y nos desesperamos al tocar con el dedo nuestras miserias, nuestra nada y nuestras imbecilidades. [Para vencer las inquietudes], tengamos la intención pura de querer en todo la honra de Dios y su gloria, hagamos lo poco que podamos para ese fin, según los avisos de nuestro padre espiritual, y dejemos a Dios el cuidado de lo demás. Quien tiene a Dios como objeto de sus intenciones y hace lo que puede, ¿para qué se atormenta? […]
Ser príncipe de la paz supone conservarla en medio de la guerra y vivir con dulzura en medio de las amarguras. Todos los pensamientos que sobresaltan y agitan el espíritu no provienen de Dios; son tentaciones del enemigo y por eso es preciso expulsarlas y no darles importancia. La humildad nos hace recibir dulcemente los trabajos, sabiendo que los merecemos. Cuanto al exterior, apruebo que todos los días se haga algún acto de humildad, por palabras o por obras; díganse palabras que salen del corazón, como humillándonos a un inferior; háganse obras, practicando cualquier oficio humilde, o servicio de casa. […] ¿Ignoráis que estamos en el mundo no para gozar, sino para padecer? Es en el cielo donde se goza la paz, y no en esta vida, donde conviene padecer. Sólo aquel que aquí no tuviese pasiones, no sufriría y sino gozaría lo que no es posible, porque, mientras vivamos tendremos pasiones, y sólo nos veremos libres de ellas después de la muerte. Es la opinión de los Doctores y de la Iglesia. Pero ¿por qué afligirnos, si nuestro triunfo nace del combate de nuestras ideas y pasiones? La agitación en el mar trastorna de tal forma los humores, que los que navegan no se dan cuenta de la incomodidad sino después de algún tiempo, por las convulsiones y vómitos que provoca. Uno de los grandes provechos de la aflicción es hacernos conocer nuestra nada, sobrenadar nuestras inclinaciones. Estos grandes saltos y tentaciones tan fuertes no son permitidos por Dios sino contra las almas que Él quiere elevar a su puro y santo amor.
* P. Jean-Joseph Huguet S.M., Pensamientos Consoladores de San Francisco de Sales, Livraria Salesiana Editora, São Paulo, 1946, p. 130-133.
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