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«Tesoros de la Fe» Nº 141 > Tema “Pecado y acción diabólica”

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¿Quiénes son los hijos de la serpiente?


PREGUNTA

En las palabras que Nuestro Señor dirige a San Pedro, de que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella [la Iglesia]”, ¿qué significa precisamente la expresión “puertas del infierno”?

RESPUESTA

Entre los orientales, las sesiones de justicia y otros actos oficiales, como la recepción de embajadores, por ejemplo, se realizaban junto a las puertas de las ciudades o de los palacios reales. Las puertas de una ciudad —muchas veces fortificadas y monumentales— constituían, de ese modo, el símbolo del poder real o de la autoridad del país. Así, “puertas del infierno” significa las potencias del mal, el propio reino del mal en lucha contra el reino del bien.

Existen, pues, dos reinos en lucha. Y al decir que “las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia”, Jesucristo anuncia la victoria final de la Iglesia contra las fuerzas del mal.

Esta promesa de Nuestro Señor es importantísima porque nos alerta sobre dos cosas: en primer lugar indica que el reino del mal está continuamente intentando prevalecer contra la obra de Dios; en segundo lugar nos asegura que, por más fuertes e insidiosos que sean los ataques y persecuciones de los malos contra los buenos, la victoria final corresponderá a estos últimos, congregados en la Santa Iglesia de Dios.

Cabe recordar el contexto en que estas palabras son dichas: después que Simón reconoce y proclama que Jesús es “el Mesías, el Hijo del Dios vivo” (Mt 16, 16), Nuestro Señor le dice: “Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16, 18). En arameo, la lengua que los judíos entonces hablaban, no existe diferencia de género entre el nombre propio Pedro y el nombre común piedra(kephas). Así, a partir de ese momento, Simón pasa a llamarse Simón Pedro, o simplemente Pedro.

El reino infernal no puede vencer a la Iglesia porque ella está firme y establemente construida sobre la roca, que es Pedro.

Verdad más que oportuna en esta época, después de los momentos de perplejidad que siguieron a la renuncia de Benedicto XVI y a un cónclave repetidamente anunciado, inclusive por voces autorizadas, como portador de sorpresas, lo que efectivamente ocurrió. Un nuevo Papa, cuyo nombre —Francisco— constituyó la primera sorpresa, asume el comando de la Barca de Pedro, la cual continuará siendo golpeada por las olas de un mar tempestuoso. Aunque Jesucristo parezca dormir, Él permanece atento para que la nave no zozobre. Y por eso estamos seguros de que “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”.

Apostasía silenciosa

Las palabras de Jesús “no prevalecerán” indican claramente que las puertas del infierno no se limitan a embestidas esporádicas, sino que ejercen constantes intentos de prevalecercontra la Iglesia. Cabe, pues, preguntarse cuáles son los ataques que ellas lanzan contra la Iglesia en nuestros días, y que de modo particular el nuevo Papa tendrá que enfrentar. En esa lucha, el Papa Francisco no puede y no debe estar solo. A cada uno de nosotros, sacerdotes o laicos, le cabe una parte de responsabilidad, en la medida de nuestra capacidad y situación personal. Por lo tanto, un análisis de las maniobras actuales de las puertas del infierno es útil y necesario para todos.

Los fieles elevan sus oraciones a Dios para que el nuevo Papa enfrente las puertas del infierno con la fuerza y el ánimo con que San Francisco expulsó a los demonios en Arezzo. Fresco de Giotto, 1297-1299, Basílica Superior, Asís, Italia.

Ahora bien, basta tener un mínimo de discernimiento para ver que se desarrolla ante nuestros ojos un distanciamiento progresivo y continuo de un número cada vez mayor de fieles de la práctica católica, distanciamiento éste que en el Sínodo de Obispos de 2012 fue muy apropiadamente denominado de “apostasía silenciosa” (cf. XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos, Instrumentum laboris, 19 de junio de 2012, nº 69).

Entiéndase bien que un distanciamiento de la práctica católica no implica apenas el abandono de la misa dominical y de la frecuencia a los sacramentos, sino de los propios principios de la moral católica, muy particularmente en lo que se refiere a la constitución y a la vida de la familia. La vida conyugal plena es actualmente anticipada ya para el período denominado de enamoramiento, como si éste otorgase de modo automático todos los derechos de un matrimonio legítimamente realizado ante la Iglesia (un sacramento, por lo tanto). De donde resulta que la contracepción —pecaminosa también dentro del matrimonio— es practicada desde las primeros vínculos entre los “enamorados” o “novios”, con sus casi imperiosas secuelas, como la promiscuidad de las “parejas”, eventuales abortos, etc. Lo que, sin embargo, no impide que todo ello coexista —muy incoherentemente— con una práctica religiosa mínima, como promesas hechas a la Santísima Virgen, rigurosamente cumplidas en algún santuario mariano…

La vida pública en manos de los enemigos de la Iglesia

Esta falta de sensibilidad para los principios de la moral católica en la vida privada tiene como consecuencia forzosa el desinterés por la observancia de los principios de la moral en la vida pública. En otras palabras, si los mandamientos de la Ley de Dios referentes a la moral conyugal y a la vida familiar son despreciados, a fortiori los mandamientos que se refieren a la vida pública o social serán también desdeñados.

Esto es lo que explica un fenómeno que los científicos sociales han señalado: siendo la opinión pública latinoamericana mayoritariamente conservadora en lo que se refiere a la organización social, política y económica, nuestros países están, no obstante, a merced de las fuerzas políticas de izquierda. De donde resulta que, aunque la mayoría de la población sea personalmente favorable al derecho de propiedad y a la libre iniciativa, los partidos y las personas que están en el poder son proclives al estatismo, y gravan con excesivos y crecientes tributos a los individuos y a las empresas particulares. A tal punto que, en el espectro político latinoamericano, no existe ningún partido que se defina como auténtico defensor de la constitución cristiana de la familia, de las desigualdades legítimas y proporcionadas, de la propiedad particular, de la tradición, y con una clara posición anticomunista y antisocialista

Es pues, una consecuencia inevitable de cuán poco clara tiene la población, mayoritariamente conservadora, la noción de que los mandamientos de la Ley de Dios consagran también, además de los principios de la moral individual, los principios de la moral social. Este desconocimiento llevó a gran parte de los católicos al alejamiento casi completo con relación a los deberes que le incumben en el campo de la vida social, política y económica. De donde puede suceder que algún lector incauto de nuestra revista, ¡se esté preguntando cuál es el sentido de consideraciones de este tipo en una página que aclara puntos de doctrina y de moral católica!

Para dar una respuesta rápida, bastaría recordar la famosa encíclica Rerum Novarum, de León XIII —seguida de varias otras de los Papas posteriores— en donde se ve que tales asuntos hacen parte de la doctrina que un católico debe conocer y practicar tanto en su vida privada como pública.

Los problemas internos de la Iglesia

Pero la explanación del tema no estaría completa si no recordáramos que las “puertas del infierno” no se limitan a hacer embestidas de fuera hacia dentro de la Iglesia. Ellas consiguieron infiltrarse insidiosamente dentro de la Iglesia, difundiendo herejías, provocando cismas, fomentando discordias. Así dividida internamente, la lucha contra los enemigos externos resulta más difícil.

Sobre esto, nuestra revista ha alertado y esclarecido continuamente a los lectores, por lo que podemos dispensarnos de tratar aquí del tema. Al nuevo Papa le tocará lidiar con este aspecto de gran importancia en la embestida de las “puertas del infierno” contra la Iglesia. Acompañemos con suma atención las actitudes que los adversarios externos e internos de la Iglesia —algunos de ellos ya señalados por el nuevo Papa— tomen en estos primeros meses de su Pontificado. Y siempre con una serena confianza en la promesa de Nuestro Señor a Simón Pedro, “las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia”. Promesa que la Santísima Virgen reiteró en Fátima, cuando dijo:

— ¡Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará!

En esa expectativa pedimos a María que, si tales son los designios de Dios, nos obtenga la gracia de ver, aún en nuestros días —después de los regeneradores castigos anunciados asimismo en Fátima— el triunfo del su Inmaculado Corazón. Así sea. 



  




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